Fair Weather
(self released, 2013)
Ahora es cuando yo entro en la sala, me siento en el círculo de gente extraña, me pregunto qué demonios estoy haciendo aquí, me engaño diciéndome que solo vengo por los pasteles y el café gratis que sirven al final, o por el desenlace soñado con esa chica intrigante que asistió a la sesión anterior y que hoy, maldita sea, no se ha presentado (mi gozo en un pozo), por lo que barajo la posibilidad de marcharme sin hacer ruido, pero entonces me llega el turno y todos los presentes se dirigen a mí con sus miradas vidriosas y compasivas y no me queda otra que dar el primer paso y decir: sí, en efecto, reconozco que tengo un problema, padezco de «completismo». Cuando algo me gusta, lo quiero todo. «Todo lo de…». Sin excepciones. El menú completo, por muy enojosa y lamentable que, en ocasiones, sea la guarnición (¿tomates cherry?, ¿en serio?). Esto me ha hecho ingerir mucha basura (sigo ingiriéndola), basura de gente que ni ante el Tribunal de Núrenberg reconocería que la ha cagado con todo el equipo (el disco de reggae de Willie Nelson, los años ochenta de Waylon Jennings, los años ochenta de cualquiera, las monstruosidades navideñas de Johnny Cash, las monstruosidades navideñas de cualquiera…). Lo llevo más o menos bien. Gracias. Me estoy quitando. Metadona con Tang de naranja en vaso pequeño. Aunque es un proceso lento y doloroso: el reconocimiento de una caída (¿qué fue de Martin Scorsese, de Woody Allen, de Paul Auster, de Leonard Cohen…, de Dylan mejor no hablamos, ni de Neil Young…). La vida es muy jodida. En fin, ¿qué os voy a contar? El caso es que, afortunadamente, hay salvedades. Casos excepcionales en los que la fidelidad, año tras año, se ve compensada. Magia. Llámalo «X». Y Joshua Black Wilkins es uno de esos raros pistoleros que siempre dan en el blanco. Gente por la que siempre puedes apostar. Lo cierto es que se le conoce más por sus trabajos fotográficos. Es con eso con lo que se gana la vida. Y quizá por eso sus discos sean tan buenos. Porque no hay industria ni intención de medrar. Se los autoproduce, suele hacerse cargo de todos los instrumentos, como cuando fotografía: se defiende en solitario. Graba y fotografía sin artefactos digitales. Prefiere lo analógico, el vinilo y los instrumentos vintage. Hay en todo ello una vieja actitud punk de yo me lo guiso y yo me lo como y lo que tú pienses, la verdad, me la suda bastante. No me parto el corazón para agradar a nadie. El resultado es tosco, resuelto, crudo e inhóspito (la presentación no puede ser más parca: un trozo de cartón con el disco dentro y si te he visto no me acuerdo). Es puro East Nashville, nada que ver con el Music Row del «downtown» que retrata ese horror de serie que es Nashville. No repetiré aquí los lugares comunes que suelen soltar los entendidos a propósito de a quién recuerda su voz de barítono brusca y aguardentosa. Ya os lo podréis imaginar. Solo diré que su música suena a lo que transmiten sus fotografías: esa América del Sur profundo, clase obrera y sudorosa, de trenes perdidos. «Country noir», para los etiqueteros de turno. Y hoy destaco el Fair Weather, pero podría recomendar cualquiera de sus discos. Porque son gloria bendita. Todos. Sin excepción. Aunque ¡mierda!, anoche descubrí que me falta uno: The Girlfriend Sessions, las trece canciones que grabó del tirón, en una sola sesión de doce horas, en una cálida tarde soleada de Tennessee, con dos cintas, una guitarra, un banjo de seis cuerdas y la asistencia del violín de la maravillosa Amanda Shires (una de las artistas que tengo en la sección «¿Quieres casarte conmigo?» de mi discoteca –en la que también está Malcolm Holcombe, no se crean–). Guerra, pobreza, adicción, corazones rotos y soledad. Sin concesiones de gourmet. Sin nitrógeno líquido ni insensateces caramelizadas a lo MasterChef. Y no puedo esperar a salir de esta reseña para llamar a mi dealer. Lo necesito y lo necesito ya. Así es que me perdonaréis. Me largo. Nos vemos en la próxima. Me llevo uno de esos bollos glaseados y un café para el camino. Si se presenta la chica intrigante del otro día decidle que yo también la amo, pero que me ha surgido una cosa. Sí. Lo reconozco. Tengo un problema.