PARKER MILLSAP

Parker Millsap
(Oklahoma Records, 2014)

Trato de encontrar una explicación racional. Me digo: Oklahoma. Claro. (Labor Omnia Vincit, según reza el lema del estado, música de currantes en paisajes desolados…). Y no solo Oklahoma, sino la pequeña localidad de Purcell (okies, Dust Bowl y el bueno de Woody, por supuesto). Añádasele los coros de una iglesia Pentecostal (himnos en el templo y Taj Mahal y Clarence Gatemuth Brown en casa). Una guitarra regalada a los ocho o nueve años, el aburrimiento, horas muertas sin nada que hacer y un cierto espíritu pionero hasta en el modo en que te lavas los dientes por la mañana. En una entrevista le preguntan por sus influencias y cita a John Steinbeck y a Kurt Vonnegut. Dice que en su lápida pondrá: «Fue culpa de ellos». Y la cosa empieza a cobrar cierto sentido (aunque tampoco tanto, porque yo también tuve una guitarra a los ocho años y leí a esos mismos autores con fruición, y sigo sin ser nominado al premio al Artista Emergente del Año que da la Americana Music Association). Como tantos otros, crea una banda de versiones en el instituto, Fever in Blue (con un colega con el que sigue tocando hoy), para ligar y soñar con no ser un «Okie de Muskogee». Al graduarse emprende un viaje iniciático al norte de California para visitar el Prairie Sun Recording, el estudio donde Tom Waits grabó el Bone Machine y el Mule Variations. Luego vuelve a Oklahoma, se pone a escribir y graba con su colega del insti un disco acústico (Palisade) que se dedica a vender desde la parte posterior de su camioneta. Poco después hay un viaje a Nashville para tocar en el Tin Pan South, el prestigioso festival de songwriters, donde deja patidifuso al manager de los Old Crow Medicine Show, que no duda ni un segundo en contratarlo para abrir los próximos conciertos de la banda. El resto de la historia va muy rápido: Parker Millsap graba este disco que lleva su nombre y al poco tiempo de salir, al otro lado del océano, muy lejos de Oklahoma, voy yo y lo compro porque me lo recomienda mi amigo el entendido en su pequeña tienda de discos (detrás de Callao, en la calle de las Conchas, para más señas), llego a casa y lo pongo sin mucha fe en el reproductor mientras me quito las botas, escucho los dos primeros temas (atención al «Truck Stop Gospel»), me vuelvo muy loco, indago un poco por internet y, sin poder dar crédito a lo que estoy escuchando, trato de encontrar una explicación racional. ¡¡¡El tipo tiene solo veintidós años!!! Joder. Si me pongo a pensar en lo que estaba haciendo yo a esa edad se me cae el alma a los pies. Y es en ese momento cuando, para no cometer un homicidio y aliviar mi sufrimiento moral, me digo: «Oklahoma. Claro. (Labor Omnia Vincit, según reza el lema del estado, música de currantes en paisajes desolados…). Y no solo Oklahoma, sino la pequeña localidad de Purcell (okies, Dust Bowl y el bueno de Woody, por supuesto), etc…».