Apologies
(Sweetworld Music, 2012)
Acaba de salir el Fables, su tercer disco, y en los tres años que han pasado desde este descarnado Apologies las cosas han cambiado. Hubo una crisis, quiso alejarse, poner tierra de por medio, sintió la presión de la industria y mandó todo a paseo. No quería meter más ruido en el mundo. Lo fácil habría sido ofrecer más de lo mismo, pero habría sonado falso porque, como digo, las cosas han cambiado. Ahora hay más gente en la ecuación (aparte, ya hay bastantes idiotas impostados, disfrazados de llaneros solitarios, inventándose dramas desde sus cómodos sofás y cantando acerca de traiciones y carreteras que jamás han padecido). La vida del trovador errante, es cierto, tiene su halo romántico. Y David Ramírez se dedicó precisamente a eso durante más de diez años: a estar solo y aislado, sin banda, sin manager y sin compañera. Ni siquiera un perro. Solo carreteras y cigarrillos (como en la canción de Son Volt; Jay Farrar, claro, he ahí uno que sabe de bandas y soledades…). En ocasiones, abrió conciertos para grupos que admiraba. Y envidiaba el sentimiento de camaradería que detectaba cuando se disponían a salir al escenario. Permanecía entre bambalinas, tras su set de seis o siete canciones, apurando su cigarrillo, solo. Más tarde, lo afirmaría: eso era lo que quería, lo que en el fondo sueña cualquier chaval que se pone a ensayar en el garaje: una banda para comerse el mundo (un bocado muy triste si no lo compartes con nadie, ni siquiera con un perro). Así que, en efecto, esa vida de trovador solitario puede tener su halo romántico, pero cuando un día el cuentakilómetros de tu Kia Rio marca 260.000 millas, la novedad y el romanticismo comienzan a perder su atractivo… En Fables hay amor y hay amigos (y puede que un perro). Por eso tardó tanto en sacarlo. Hay familia. En Apologies no. En Apologies no hay ni perro. Apologies es el disco de aquellos años de cigarrillos y carreteras. Un disco brutal. El «Chapter II» con que empieza pone el pelo de punta («enterrado bajo todas las mujeres y el alcohol / hay un hombre al que conozco que se avergüenza de lo que he elegido»); cómo entra la armónica, la pedal steel y la percusión en el minuto 02:00 (brrrrrr)… Pero es en el tercer corte, «Stick Around», donde David Ramírez nos pone al descubierto todo su anhelo y su desamparo: «Hoy voy a subirme a ese tren, / no tengo a dónde ir ni ninguna razón para quedarme. / En cuatro años he viajado ciento sesenta mil millas / y el viento sigue tirando de mí. // Puede que me vaya porque voy buscando algo, / puede que me vaya porque algo me busca, / puede que me marche porque aún no he encontrado a nadie / que me mire a la cara / y me diga: // Quédate. / Te quiero a mi lado. / Quédate. / No hay ningún motivo para irse, / el camino ha sido duro pero yo nunca te haré daño. / Quédate. // Postales y mapas de carreteras, / callejones vacíos, cigarrillos, / cinco millas hasta el próximo desvío / y luego a cantar frente a una sala llena de extraños. // Echo de menos a mi familia. / Echo de menos a mi hermano. / Me pregunto si su hijo llegará a conocerme algún día. / Me pregunto si llegaré a tener un hijo algún día. / Ojalá alguien me retuviese y me dijese: // Quédate. / Te quiero a mi lado. / Quédate. / No hay ningún motivo para irse, / el camino ha sido duro pero yo nunca te haré daño. / Quédate. // Hoy voy a subirme a ese tren, / no tengo a dónde ir ni ninguna razón para quedarme. / En cuatro años he viajado ciento sesenta mil millas. / Quizá algún día… // me quede». Fables es el disco del día que se quedó. Y es también de nivelazo, aunque duele menos que este Apologies. Me disculparán.