JULIAN PRIMEAUX (and his royal rowdy co.)

Flowers from my Bones
(Nature and Grain Music, 2008)

En algún momento del año 2013, noviembre si no recuerdo mal, anduvo por Barcelona y por La Traviesa de Torredembarra acompañando a la guitarra a otro. Al otro le hicieron más caso. Sus credenciales eran más llamativas (de él había dicho Kris Kristofferson que era lo mejor que había oído en 30 años, claro que Kris Kristofferson, ya lo sabrán, es muy sentido para estas cosas…). Por aquí, sin embargo, llevábamos ya varios años siguiéndole la pista a él, al «acompañante», del que solo dijeron que acompañaba, que acompañaba bien, eso sí, pero solo eso, también algún comentario posterior de reseñista enteradillo referente a su proyección de «joven promesa sureña». ¡Pues joder con la joven promesa! Es más: ¡Joder con lo de las jóvenes promesas, en general! Qué comentario más insustancial (es como para decir: «Tú sí que fuiste una joven promesa, o ni eso, y mírate ahora, no tan joven reseñista, te duele la espalda, sigues sin saber tocar la guitarra y perdóname si te pregunto pero ¿cuánto te han pagado por decir tamaña soplapollez?»). En fin. Bastaba con bichear un poco por ahí para saber que el bueno de Julian era nada más y nada menos que el auténtico genio creativo de los gloriosos Howdies, esa banda sureña que ensayaba «en el quinto infierno», allá en el sur de Louisiana (concretamente: en Lafayette). Literalmente, ensayaban en un tráiler en mitad del bosque con un sabueso sonriente acechando en el porche. Como quien destila moonshine en la espesura, ellos mezclaban zapateado, swing, rocabilly, zydeco, blues y country. Tremendo pelotazo. Y sonaban como Dios. Hasta que dejaron de hacerlo. Se separaron en 2012. Y dolió. Pero lo de Primeaux venía de lejos. Antes de todo estuvo la banda de su padre (y antes incluso la del padre de su padre, y la del padre del padre de su padre, y así ad infinitum): A.J. and The BadCats, en el mismísimo corazón del territorio cajun, a quince minutos del Golfo de México. Puntas de flecha en el barro. Se subió por primera vez a un escenario a los 8 años (la «joven promesa»). La cosa le viene, ya digo, de generaciones. Su sonido tiene una solera de 165 años de experiencia. Flowers from my Bones fue su primer disco con la Royal Rowdy Company y, desde que sonó en casa por primera vez en el 2008, cada vez que lo pongo (y lo pongo mucho), no puedo evitar sonreír. Es puro Pantano Atchafalaya. Canciones de azufre y llamas infernales. Mucho Jesús y Satán. Sermones eléctricos pero no de la montaña sino de más abajo, del valle, de la ciénaga, de donde chapotean y hieden las cosas del pantano. Música para una banda sonora de John Constantine. Salvo el Wurlitzer, la batería y las palmas, lo toca todo él. Incluidas las caracas y las cadenas. También produce y escribe todas las canciones. La 3 y la 5, «Red Rodeo» y el brutal «Sinners & Sisters», están tocadas al viejo estilo tradicional del One Man Band. Nada mal para un simple «acompañante».