Lovers and Leavers
(Highway 87 Records, 2016)
Cinco años es mucho tiempo. El propio Hayes lo dijo en una reciente entrevista: hay una línea muy fina entre hacerse el interesante, crear un aura de intriga y expectación (el Suspense de Patricia Highsmith), y pasarse de rosca, que empiece a cundir la sospecha y que la gente te olvide. Sobre todo en la industria del disco, que es muy cabrona, da igual que te mates a bolos, da igual que te vean, lozano o demacrado, es lo mismo, es lo de menos, cinco años sin disco es el límite. Más, y estás acabado (incluso puede que te maten en Facebook). Desde el rotundo exitazo de su Kmag Yoyo en Lost Highway Records, el álbum que le catapultó a los primeros puestos de las listas y por el que le conoció todo el mundo, han pasado muchas cosas. Entre otras un divorcio y un niño de doce años al que le gustan los trucos de magia (el «magic kid» que aparece en el dibujo de la contra y en el track 3 de la cara B) y con el que su padre quiso pasar más tiempo. Y muchos amigos. Basta con echar un vistazo a la lista de agradecimientos para hacerse una idea de cómo han debido ser estos años de «silencio», muy lejos ya de aquel Flowers & Liquor del 2002, bajo la sombra de Townes van Zandt que «me arruinó y me salvó al mismo tiempo» y de Jerry Jeff Walker, con quienes siempre le compararon al principio (con el aditivo de su personalísimo cinismo). La lista es tremenda, entre otros: Corb Lund, Todd Snider, Jason Isbell, Amanda Shires, Robert Ellis, Lee Ann Womack, Ray Hubbard, Elizabeth Cook, Ryan Bingham… o la gente con la que ha colaborado en este disco: Darrell Scott, J.D. Souther, Jim Lauderdale, Allison Moorer, Jack Ingram, Will Hoge… homólogos y co-conspiradores, a los que habría que sumar también los viejos amigos del tema «My Friends», esos que «se gastan todo tu dinero» y que «enseñaron a bailar al diablo». Cinco años de desencanto e introspección, pero también de hallazgos luminosos. Así que quienes se esperen un kmag yoyo Part II, pueden quedarse sentados y seguir esperando otros cinco años. En Lovers and Leavers no hay rastro de humor ni de juerga, incluso resulta doloroso de escuchar, tal y como dijo Marissa R. Moss en una reciente reseña de la Rolling Stone. Nos encontramos ante un disco muy personal, íntimo, casi confesional. Atrás quedan las mujeres, los bares y las borracheras. Es un disco sobre la pérdida (aunque Hayes Carll quiso dejar bien claro en nota de prensa que no se trata de su Blood on the Tracks, haciendo referencia al disco de cuando Dylan rompió con Sarah, la que escupía «Viento Idiota» cada vez que abría la boca…). Un disco sobre la pérdida y el hallazgo de la magia (su hijo). Podía seguir cantando lo mismo de antes, pero eso sería cantar de otro al que ya no conoce, al que ya ni siquiera desearía conocer (aunque nunca sabe uno lo que se puede encontrar a la vuelta de la esquina…). Produce Joe Henry y el disco está dedicado a Allison (Moorer), «por todo». Mientras tanto, Steve Earle graba un disco con Shawn Colvin y nos sale con la que tiene todas las papeletas para alzarse con el premio a la peor cubierta de todos los tiempos. Ya digo, la industria del disco es muy cabrona. El disco de Earle ya lo oiremos (da muy mala espina), pero el disco de Hayes es una pequeña obra maestra. ¡Chapeau!