THE FELICE BROTHERS

Life in the Dark
(Yep Roc Records, 2016)

Siempre me ha gustado la música que suena a circo que se va. Música que se lleva la música a otra parte. Música de desmontar la carpa en la madrugada con sonido fuerte de viento. Carromatos chirriantes, niños corriendo detrás, algún sueño roto de chica con el maquillaje corrido que no encuentra sus bragas entre los matorrales y su puntito Nino Rota a las órdenes de Fellini. Con su rastro desolador de palos de algodón de azúcar, envoltorios de golosinas, petardos reventados y cagadas de fieras. Por eso me gustaron desde el principio los hermanos Felice, desde que bajaron de Palenville, en las Catskill Mountains (a veinte minutos en coche de Woodstock), con sus acordeones, sus armónicas y sus violines, su fanfarria gitanesca, para instalarse en el suelo de un pequeño apartamento de Brooklyn y ponerse a tocar en las estaciones de metro de la Calle 42 y Union Square, y por las míticas calles de un Greenwich Village bastante anochecido. En un buen día podían llegar a sacar doscientos pavos, para gasolina, una cuerda nueva para el violín y poco más. Canciones de amor, asesinato y borracheras. Acabarían tocando en el granero de Levon Helm, claro. Música de «barn dance». De giro y taconeo. Revuelo de faldas y muchachos que ya no volverán nunca de la guerra… Este disco ha sido un jubilosísimo reencuentro. En el 2011 les perdí la pista. Sacaron el Celebration, Florida en el sello Fat Possum para ir de modernos, con su idiotez «electro» y «dance hall», les dio por experimentar y se fueron a la mierda (bueno, al menos yo les mandé a la mierda; no sé si fueron –a mí por lo menos no me mandaron ninguna postal, ¿a ti?–). Y he de reconocer que este último disco, el otro día, en Radio City, lo encargué con miedo y un poco a ciegas, sin saber qué iba a encontrarme. Al llegar a casa lo escuché con el rifle cargado. Pero desde el primer acorde, supe que los muchachos habían vuelto a la granja. El disco es una maravilla. Y, en efecto, han vuelto a grabar en una granja. Se puede oír el cloqueo real de las gallinas después de cada canción. Todo muy rústico y muy casero. Música «hobo» de la Gran Depresión, pero de ahora: un vestido de novia en una casa de empeños, casas y coches vendidos, familias rotas y guerras de «hombres ricos»… El encomiable talento narrativo del gran Simone (que, por cierto, también escribe novelas demoledoras) sacudiendo los cimientos de la era Trump y sus miserias. Así que, con vuestro permiso, me voy a salir ahora mismo de esta reseña porque me dispongo a conseguir el Favorite Waitress, el disco que sacaron después de esa atrocidad del 2011 que me hizo mandarles a hacer puñetas. El título es fantástico, y he vuelto a confiar en ellos. Me voy con el circo, mamá. Como Ramblin’ Jack Elliott.