Jailhouse Religion
(Little King Records, 2006)
Un disco de gospel accidental. Es lo que le salió y lo que le sigue saliendo. Pero es mucho más que eso. Y puede también que mucho menos. Es una lucha. Pecado y Redención, como los celebrados Rubin de Cash. Bastante crudos. Con un pie en el honky-tonk y otro en la iglesia. Y el diablo siempre esperando a la vuelta de la esquina. Childers procede de los campos de algodón de Mt. Holly, Carolina del Norte, aprendió a tocar el banjo a los 14 años, porque es lo que había, aunque sin la menor confianza para convertirse en músico, claro que tuvo el buen tino de meterse en el coro de la iglesia para poder estar cerca de las chicas bonitas. Ya andaba por ahí el viejo diablo, lujurioso y libertino. En la universidad abandona el banjo por la guitarra, un poco por lo mismo: chicas. Pero solo se tomaría en serio lo de la composición ya con 37 tacos bien cumplidos, ejerciendo al mismo tiempo de abogado, sesenta horas a la semana, agotador. Varios discos con los Mount Holly Hellcats y los Modern Don Juans. Gatos del Infierno y Don Juanes Modernos. Bandas de dedos destrozados en los algodonales. Bandas de cerveza, chicas sudorosas no tan bonitas y motel. Este Jailhouse Religion es el segundo disco que grabó con los Don Juans (el séptimo de su carrera en estudio), el álbum anterior al año en que decidió disolver la banda y retirarse definitivamente de los escenarios. Demasiado alcohol y demasiada carretera. Pero siguió componiendo (y pintando óleos de figuras extrañas, sombras delirantes y el diablo). Parte de la culpa la tiene Bob Crawford, bajista de los Avett Brothers. Grabaron juntos una canción suya, «Angola», para el documental de Jeff Smith, Six Seconds of Freedom, sobre el rodeo de la célebre prisión de Angola, Louisiana. Y la colaboración no acabó ahí. Luego, hablando una noche de la Batalla de King’s Mountain que tuvo lugar en Gastonia, en 1780, descubren que ambos son descendientes de los «Overmountain Men», los hombres de la frontera que ayudaron a las fuerzas coloniales a ganar la batalla. Así que adoptan su nombre, The Overmountain Men, y forman la banda con la que grabarán dos discos poderosos, Glorious Day (2010) y The Next Best Thing (2013), de los que ya hablaremos algún día. En el disco que reseñamos hoy está la conflictiva canción que le trajo tantos disgustos, «George Wallace», que muchos deficientes mentales adoptaron como himno racista sin percibir la evidente crítica que escondía la letra (algo parecido a lo que ocurre con los catetos que piensan que el «Born in the USA» de Springsteen es un himno nacionalista yanqui, ¡¿a dónde fue a parar el dinero que se gastó papá en vuestras putas clases de inglés, paletos?!). En fin. Fíjense en la cubierta. David es el preso del fondo. El que está debajo de la pintada en la pared que pone: «Insane». Hay tex mex, muy a lo Joe Ely, en el tema «Roadside Parable». Hay heavy metal del bueno en el apocalíptico «Danse Macabre». Hay música de porche delantero en el banjo de «Chains of Sadness». En definitiva, muerto Cash, David Childers es el predicador que estábamos esperando. ¡Aleluya!