My Gospel
(Lightning Rod Records, 2016)
«La puta música country no la encontrarás en Nashville». El evangelio según Paul Cauthen. Y es soltarlo en una entrevista, apenas una semana después de salir el disco, y ya saber que va a ser uno de los nuestros. Agua fresca. Tres años han pasado desde que dejó Sons of Fathers estando en lo más alto. Solo, sin nada que hacer y entregado fuerte al alcohol. La historia es: «Estuve por ahí, hice las típicas cosas nómadas de Texas. Me sentía como una mierda. Fui yo el que se largó del grupo… Algo que tardamos cinco años en poner en pie y a la mierda, me fui». Se fue, en efecto, por el sumidero, boxeando con su sombra y buscando pelea, hasta acabar una noche borracho en un apartamento de Austin después de un fin de semana suicida y ver de pronto la luz, caer de rodillas, desafiar a Dios con su renovada voz de barítono, llamar a su familia para pedir disculpas y ponerse a trabajar ya en serio en su Evangelio. Como un desafortunado Trascendentalista del este, recién regresado del desierto… Tres años grabando este disco en diferentes estudios de Austin, Muscle Shoals, Los Ángeles, Dallas..., pero siempre teniendo muy claro lo que quería a pesar de la indigencia. Hubo temporadas en las que solo pudo contar con no más de diez centavos en el bolsillo, una guitarra y dos palabras: intemporalidad y honradez. Lo demás es «trashville». Y a eso suena esto precisamente, a música atemporal y honesta. «Nadie murió en la grabación de este disco, pero yo casi me quedo en el intento». A veces hasta parece estar invocando la voz de Waylon, o el sonido Cash de los ochenta. También hay sus buenas dosis de Jerry Lee y Elvis, de aquellas orquestaciones pantagruélicas y decadentes ya de los últimos tiempos. Música de Armagedón. En «My Saddle», por ejemplo, hay guitarras, trompetas, sonajeros raros, armonías exuberantes y aullidos de un lobo en un cerro, como en un buen western de John Ford. O una canción de Jimmie Rodgers hasta el culo de peyote. Música cósmica, algo así como un avatar de los «sonidos metamodernos de la música country» que se sacó hace ya un par de años el inmenso Sturgill Simpson de la manga. Pero también mucha vieja religión. No en vano su abuela le cogió un día por banda y le dio la Gibson del 58 de su abuelo, recién fallecido, con una copia del Red Headed Stranger de Willie Nelson. Le dijo: «Apréndete hasta el último punteo de Willie; solo entonces podrás llamarte guitarrista». Y eso hizo. Aparte de otras cosas como fumar marihuana y acabar una temporadita en la cárcel. Y lograr que le expulsaran de la universidad. Vamos, lo que viene siendo la forja de un auténtico «songwriter», ser expulsado de cosas: de la escuela, de tu casa, de tu matrimonio… y, mientras, sacarte las habichuelas trabajando para el petróleo y el gas de Texas. Música de chico del coro de una iglesia del este de Texas que, al volver a casa, toma el camino equivocado y acaba entre rejas. Mandanga de la buena.