The Lonesome Side of Town
(Road Trip Songs, 2019)
Sobrellevar la pérdida. Últimamente todo parece girar en torno a eso. Quizá es que la cosa no pueda girar en torno a nada que no sea eso, que vivir sea eso, porque al fin y al cabo todo acaba siendo pérdida y cualquier avatar de «encuentro», por muy sólido que parezca, no es en realidad más que un pobre espejismo y, al final, uno acaba por conceder que no hay otro camino más que el de perder y perderse, quizá con alguna enseñanza de por medio, algo que, en cualquier caso, luego no evitara lo inevitable, pero puede que atenúe un poco el dolor o la angustia de la pérdida. Domar la pérdida, intentarlo al menos. De eso se trata. El impacto de este tercer disco de Ed Dupas, tras los brillantes A Good American Life (2015) y Tennessee Night (2017), ha coincidido en mi caso con la lectura apasionante de Gato Enamorado, la extraordinaria novela cómica (demoledora, risas como puñaladas) de Tim O'Brien sobre la pérdida y la traición. Desde el título y la foto de la cubierta, el disco va precisamente de eso. Convulsión y cataclismo. Una larga relación que se rompe, la que parecía para siempre, la que prometió que sería para siempre, se ha largado con los que, sin duda, fueron los mejores años de tu vida, y te ha dejado ahí solo, tirado, en «el lado más solitario de la ciudad», hecho una triste carcasa, considerando con rabia y tristeza la naturaleza del amor y de la soledad. Caravana triste y luna inmensa. Y bichos nocturnos chocando contra la mosquitera. Y para más inri en las afueras de Detroit. Todo muy «blue collar», muy de la rabia de los Stooges y de MC5, que rabiaron fuerte por allí mismo, lo que lo hace todo aún más desolador de lo que ya es de por sí. Las comparaciones con el primer Steve Earle y el sempiterno Nebraska de Springsteen vienen siendo bastante habituales desde su primer disco. Aquí se detecta más la presencia y el lamento de Joe Ely. Todos ingredientes buenos, en cualquier caso. Para este disco de puro dolor ha querido grabar de otra manera. Puede que de la única manera que podía grabarse algo tan crudo. Esto es: solo. Los dos anteriores los grabó en directo con la banda en el estudio. Pero estas cicatrices requerían otro proceso. Percusiones grabadas en una pequeña iglesia abandonada de Greenville, Michigan, transformada en estudio de grabación por Chris Ranney, con una tormenta acercándose peligrosamente (por lo que más nos vale que nos demos prisa). Esa ansiedad de tormenta inminente y la extraña presencia (un poco santuario) de esa iglesia antigua (de 1880) permean las once canciones del disco. Y casi todo lo demás él solo en su casa de Ann Arbor. Espacio para dolerse y pensar en todo lo que ya no está («Lonely», «It All Sounds Like Leaving», «The Things I Miss», «It Tears The Heart Right Out Of Me», «Just For Two» y la que da título al disco, «The Lonesome Side of Town», los títulos hablan por sí mismos). Y al final hay belleza en la pérdida. Eso es algo que muy pocos consiguen exorcizar. Hasta las canciones más tristes te hacen mover la cabeza y patear el suelo, te hacen bailar, maldita sea. Mucho pedal steel, mucho lap steel, mucho banjo y mucho resonator, pero también el viejo Hammond B3, y quizá sea por eso. Curarse así hasta la nueva pérdida. Hasta la nueva cicatriz. Amarrarle los huevos al diablo, a guitarrazo limpio.