A principios de los 2000, no recuerdo exactamente el año, me encontraba en el bar de un hotel de lujo de la ciudad de Nueva York, en el que me sentía más extraño que un pulpo en un garaje.
Lámparas con cascadas de luces colgando del techo, sofás tapizados de colores sobrios a juego con las alfombras que cubrían el suelo, camareros que te trataban de usted y cervezas a 9 pavos.
La cosa es que una pareja de colegas que vivían en la ciudad de los rascacielos por aquel entonces, se empeñaron en enseñarme lo que para ellos era el auténtico Nueva York, es decir, el lujo de Manhattan. Estaban decididos a que dejara de darles la chapa con los garitos cutres que tanto me flipaban de Brooklyn que iba descubriendo en mis interminables paseos por ese barrio.
Como eran ellos los que invitaban a las cervezas de 9 dólares, accedí, nunca digo que no a la cerveza gratis.
Por aquel entonces mi inglés dejaba un poco que desear y tenía que estar superconcentrado para no perderme en las conversaciones. Reconozco que, a veces, sonreía o asentía cuando lo hacían los demás, aunque no tuviera ni puta idea de qué estaban hablando.
Y ahí estábamos, bebiendo una cerveza tras otra, cuando llegan otros amigos de la pareja. Con cara de sorpresa empiezan a gesticular y a señalar en dirección a la entrada del hotel que se podía ver desde donde estábamos sentados. No entendía nada de qué iba la cosa pero decidí seguir el refrán de «allí donde fueras, haz lo que vieras».
No me enteré hasta el cabo de un rato de que lo que mirábamos era a la actriz Kirsten Dunst, que estaba esperando fuera del hotel a que viniera a recogerla un taxi amarillo.
No puedo decir con seguridad que yo la viera, estaba de espaldas, pero quiero pensar que la chavala de melena rubia, que calzaba botas de cuero hasta casi las rodillas, era ella.
En aquel entonces, Kirsten Dunst lo petaba con la primera peli de Spiderman, pero como ya os comenté en otra de las estradas del blog, a un servidor las pelis de superhéroes se la sudan, y como las posteriores apariciones de la actriz en las pelis de Maria Antonieta y Melancholia, me interesaron bien poco, no es una actriz a la que le haya dado mucha bola desde que la vi en Las vírgenes suicidas.
Pero, ahora que me acabo de chascar en un par de días la serie Llegar a ser Dios en Florida, ¡soy su fan número uno!
Basura blanca, cocodrilos, estafas piramidales, un parque de atracciones desahuciado a la sombra de los grandes parques de atracciones de Orlando, personajes estrafalarios con sobrepeso de tanto engullir helados y perritos calientes… Llegar a ser Dios en Florida tiene todo lo que nos gusta a la familia Dirty. Y, planeando por encima de todo ello, Kirsten Dunst, en el papel de Krystal Stubbs: una madre coraje sin pelos en la lengua, que igual que se disfraza de sirena para una valla publicitaria, a ver si con su encanto aumenta la afluencia al parque de atracciones en el que trabaja, se carga a tiros a un par de cocodrilos y los descuartiza en el garaje de su casa para poder comer cuando no llega a fin de mes.
Llegar a ser Dios en Florida es uno de esos descubrimientos que hay que agradecer al confinamiento de estos días.
10 episodios de pura comedia negra que se pueden ver en Movistar+ y que, como vuestro abogado, os recomiendo que no os perdáis ni de coña.