A mediados de los años 90, aunque nuestro equipo favorito de la NBA fuese otro, parte de nuestro corazón pertenecía a los Chicago Bulls.
La culpa de ello la tenían Scottie Pippen, Dennis Rodman, Phil Jackson y, por supuesto, Michael Jordan.
The Last Dance, además de ser una serie documental de 10 episodios sobre cómo consiguieron los Bulls de Jordan los 6 anillos, en mi caso, ha sido como mirar un álbum de fotos de mi vida en aquellos años.
Supongo que como para cualquier otro antiguo seguidor de la NBA.
Tengo tantas anécdotas relacionadas con la NBA que no sé ni por dónde empezar. Soltaré aquí las primeras que me vengan a la cabeza, y teniendo en cuenta que ya no me quedan tantas neuronas en el cerebro como cuando era un chaval, seguro que me dejo más de una.
A finales de los 90, todos los viernes quedábamos religiosamente en mi casa, mi socio Lucini y un servidor, nos comprábamos un montón de Budweisers y veíamos el partido de la NBA que pasaban por el Canal Plus. Tras una de esas borracheras, decidimos tatuarnos encima del tobillo el logo con el tiíllo de la NBA.
Por suerte, al día siguiente, con la resaca, pasamos de esa idea.
No nos lo llegamos a tatuar, pero sí conseguimos ahorrar para el que sería nuestro primer viaje a New York.
Lo primero que hicimos al llegar fue gastarnos gran parte de la pasta en sacarnos una entrada en la fila 6, a pie de cancha, en el Madison Square Garden, para ver jugar a nuestro equipo, los New York Knicks.
Era la época de Latrell Sprewell y Allan Houston, y el partido que vimos de la liga regular fue contra los Cavaliers.
Una gran fiesta en la que nos emborrachamos junto con mi ex, que también se vino con nosotros a NY y al partido.
Al terminar, nos quedamos sentados en nuestros asientos mientras se vaciaba el Madison, apurando la última cerveza.
En la fila cero, habíamos visto sentado al actor Matthew Modine.
La chaqueta metálica era y es una de nuestras películas favoritas, así que flipamos al verlo tan cerca.
No sé cuál fue la razón por la que él también se quedó esperando a que saliera la gente, pero mi socio vio que era el momento de pillarle por banda, me dijo: «Prepara la cámara», agarró a mi ex del brazo y se lanzó a la caza de Matthew. Un segurata los intentó parar, pero Matthew, debió de decirle que todo bien, que les dejara acercarse, y por ahí anda la foto de los tres pisando el parquet del Madison Square Garden .
Un par de años más tarde, en otro viaje a NY, en este solo con mi ex, sacamos unas entradas de gallinero para otro partido de los Knicks. Mientras esperábamos a que empezara, se nos acercó una señorita de la organización del Madison y nos dijo que habíamos ganado algo. Yo confundí la palabra won (ganado) con want (queréis) y no paraba de decirle que no quería nada.
Mi ex me sacó de mi error idiomático mientras aparecía un cámara, la empleada nos invitaba a seguirla y, de repente, vi nuestros caretos en las pantallas gigantes que hay en el techo de Madison.
Parte del público nos aplaudía y otra nos abucheaba, yo no entendía nada.
Al final, como el premio era de la empresa Continental Air Lines, nos sentaron en unos asientos con forma de sofá de avión de primera clase, justo encima de la entrada y la salida de los jugadores a la cancha.
Recuerdo que, entre otras lindezas, nos traían las estadísticas del partido al terminar cada cuarto.
En ese mismo viaje, vi jugar en vivo a Michael Jordan contra los Boston Celtics en la cancha de Boston. En mi defensa diré que no fue con la camiseta de los Chicago Bulls, sino con la de los Washington Wizards.
Pero oye, a caballo regalado…
Pasaron los años y cuando Andrés Montes dejó de retransmitir los partidos de la NBA y se pasó al fútbol, poco a poco empecé a ver menos baloncesto.
Cuando Andrés Montes murió, ya no veía ningún partido, y hasta hoy.
The Last Dance es lo más cerca que un viejo seguidor de la NBA puede estar de los Bulls de Michael Jordan en su lucha por los 6 anillos. De que cosas como «el triángulo ofensivo», o los peinados de Rodman, te hagan viajar en el tiempo.
Es una serie imprescindible para recordar o para enterarte de lo que era «la vieja escuela», depende de la edad que tengas.
Otra manera de entender el deporte y, por ende, una vida que ya ha desaparecido.
El otro día, hablando por teléfono sobre The Last Dance con mi hermano Dani, me recordó que aún tiene en su poder las Jordan originales que se compró cuando salieron allá en los ochenta. Destrozadas, pero ahí están, en su caja original.
También nos echamos unas buenas risas cuando recordamos que, de canijos, mi hermano no paraba de preguntarle a mis padres cómo podía hacer para ser negro y así poder jugar en la NBA.
Con el tiempo, él mismo se dio cuenta que era imposible, al igual que te das cuenta de que muchos de tus sueños de aquella época nunca se van a cumplir.
Pero oye, ni tan mal, ahora tengo a mi chica, a mi socio, a mi madre siempre a mi lado y, la mayor parte de las veces, la nevera llena de cerveza.
Y está la familia Dirty Works… así que todo bien.
Ala, chavales, no me deis más el coñazo, a jugar con la pelota al campo.