Mile Markers
(Texacali Records, 2005)
Antes de nada, dejar claro que esto no es una banda tributo. Las bandas tributo apestan (con permiso de Harry Crews) a «cosa que lleva varios días muerta en el bosque». Apestan a tristeza infinita, a espíritu adolescente y a revista Playboy de papá oculta debajo del colchón con las páginas torturadas. Y nada más lejos de la realidad, la banda californiana (San Diego) de Mark Stuart hace de vez en cuando alguna versión de Johnny en algún concierto, como todo músico bien nacido, pero no van por ahí los tiros. Un nombre glorioso para una banda, eso sin duda, y no más que una rendida muestra de respeto. El propio Cash les dio su bendición, orgulloso de esa jubilosa bastardía. Vástagos así dan gusto verlos. Para su primer disco de larga duración, el Walk Alone de 2001, reedición del Lasso Motel, un álbum anterior autoeditado, con unas cuantas canciones adicionales, Johnny Cash les invitó a grabar en su estudio de la cabaña, en Hendersonville, con un par de temas producidos por Jack White y otro par por el hijo no bastardo, el de verdad, el auténtico heredero (que hoy se encarga, con lamentable tesón, de deslustrar el legado de su padre con producciones necrofílicas de lo más engoladas), John Carter Cash. El Mile Markers (para el que esto suscribe, su mejor disco; también, es cierto, el primero que tuvo la fortuna de escuchar, el disco con que los descubrió, atraído, lo confiesa, por el nombre), sería el penúltimo disco que firmarían mentando esa prestigiosa paternidad. Mark Stuart estaba ya harto de responder a preguntas sobre ese padre putativo y, además, tras su fallecimiento en 2003, annus horribilis, la cosa dejaba de tener sentido. Ahora son simplemente Mark Stuart & The Bastards Sons. Y todo el mundo sabe de quién son bastardos. O no. Pero es lo mismo. Porque la procesión va por dentro. En efecto, las raíces son muy outlaw, Cash, Kristofferson y Waylon son sus máximos referentes. También mucho Merle Haggard, mucha carretera con destino a Bakersfield. Stuart cuenta que, al principio, con semejante nombre, la gente creía que eran una suerte de banda de rockeros tatuados y arrogantes, algo así como los Social Distortion con Hank Williams III, vamos, lo que vendría a ser «una banda punk de mierda»; pero luego se encontraban ante una elegante banda de country serio. De hecho, Mark Stuart militó en esa clase de bandas estridentes (y algo de esa estridencia queda, a veces, no puede evitarlo, se le escapa), pero no estaba muy seguro de que eso fuera lo que quería hacer cuando, allá por 1993, comenzó a aparecérsele Johnny Cash en sueños. Como decían en Culture Snob, «hay gente a la que se le aparece Jesús, a Mark Stuart se le aparecía Johnny Cash», y no para darle indicaciones ni consejos, como Humphrey Bogart a Woody Allen, en Sueños de un seductor, sino en busca de su opinión. Cuenta que en el sueño se encontraba siempre en la cola al final de un concierto de Cash para presentarle sus respetos y, cuando le llegaba el turno, Johnny lo sacaba de la fila, lo metía en el camerino y le decía que le quería enseñar una canción, a ver qué le parecía… Eso fue lo que marcaría el fin de su carrera en el punk. Una señal que le indicó la dirección correcta, después de varios intentos en bandas de rock fallidas. A finales de los noventa, con los Hijos Bastardos ya formados, Mark llamó por teléfono a Cash y le pidió permiso para utilizar su nombre. El Hombre de Negro le dio su bendición. «Me dio una especie de charla alentadora de padre a hijo». Básicamente un discurso que podía resumirse en: «Manténte firme, hijo. No malgastes tus balas». Y así hasta este Mile Markers en que la cosa alcanzó su cénit. Un sonido mucho más potente y más del sudoeste, en el que se adivinan aires de los Mavericks, de Dwight Yoakam y de Steve Earle. Si ahora vas y le preguntas a Stuart el porqué de su traslado a Austin, Mark no se flipará con lo de tener la ilusión de que el hervidero musical de la ciudad pueda llegar convertirlo en una súper-mega-estrella (nada, por otro lado, más lejos de su intención). Lo que espera es, únicamente, un alquiler más barato y, con un poco de suerte, mejor pesca de lubinas.