JAIME WYATT

«Feel Good»

(New West Records, 2023)

El título del disco, bien entrecomillado para que no haya duda de que es una cita literal y que es ella la que lo sostiene, título también del segundo corte del álbum, lo dice todo. Jaime Wyatt se siente bien; y ya iba siendo hora. Como ya apuntamos al reseñar su disco anterior, Neon Cross, el camino que la ha llevado hasta este instante, no ha sido de rosas, y ya iba siendo hora, en efecto, de mudar de piel y empezar a disfrutar un poco de todo esto. Así lo proclama alegremente en la canción: «Esta misma semana he dejado de hacerme daño a mí misma / he dejado de buscar un perdón que no necesito […] Lo único que quiero hacer / Lo único que quiero / es sentirme bien, nada más que eso, sentirme bien». De ahí, asimismo, el cambio de registro. Decía Johnny Cash que la música country es, en esencia, una música triste. Tres acordes y una verdad, sí, pero casi siempre, para qué engañarnos, una verdad triste (quizá no haya verdades de otra clase, porque como decía Gloria Steinem: «La verdad os hará libres. Pero antes os enfadará»). De ahí el paso al soul, que quizá sea la mejor música para expresar el gozo y la felicidad. Cantar, bailar y reunirse, esa tríada ha sido el sustrato elemental de muchas culturas. Curación por catarsis, aventura Jaime Wyatt, sanación a través del movimiento somático, la conexión, el vínculo y, en última instancia, la creación. Y eso ella, pese a los muchos altibajos, pese al alcohol, los estupefacientes, la cárcel, las cicatrices y los numerosos tatuajes, siempre lo ha llevado en su macuto. Aprender a estar presente en el momento presente y a ser vulnerable en las relaciones sentimentales, no se aprende de la noche a la mañana, tiene su proceso. Wyatt era una velocista en todos los aspectos de la vida, no tiene problema en confesarlo: velocista con las drogas, con las amantes, con el no parar de girar de ciudad en ciudad, huyendo siempre hacia delante y sin mirar atrás, sin darse tiempo a aprender a sentir, y a disfrutar. Y la carga social permanente de procurar no levantar la voz más de la cuenta, de no liarla, no montar escándalos, no sentirse triste ni transmitirlo, no ser demasiado franca o, al menos, no dejar que la gente sepa que estás jodida o que no te gusta el trato que te dispensan. La batalla contra la adición, después de haber probado todos los antidepresivos habidos y por haber, y la ocultación, la vergüenza y el oprobio de haberse visto obligada a pasarse muchos años metida en el armario. Todo eso, todo ese material de música country de segunda fila, ya casi un cliché, se acabó. Ya son seis años sin beber, sin avergonzarse de nada, sin simulacro y sin arrepentimiento. Ha habido terapia y meditación. Se ha reencontrado con la niña a la que, en algún momento, asesinó, y ha dado rienda suelta a la compasión, sobre todo consigo misma (los demás que la alcancen, si pueden, tampoco es que le preocupe). En definitiva, se siente bien, ha dejado de maltratarse, se la liberado de la depresión y de la ansiedad social, y tiene unas ganas locas de jugar. Recuerda que lo que siempre la ha hecho más feliz ha sido la música. Que siempre ha disfrutado componiendo y tocando la guitarra. Ya no siente que ser feliz sea una imposición. Simplemente lo es. Han sido unos años muy buenos. Nunca se había sentido tan viva. El mundo sigue siendo igual de cruel e inhóspito, pero ella, por fin, después de mucha lucha, se siente bien y quiere transmitirlo, no solo para proclamarlo a los cuatro vientos, sino también, y más aún, para contagiarlo. Y que se mueran los feos. Y por eso el soul. Por eso la producción de Adrian Quesada, de los Black Pumas (conexión oficiada por Nikki Lane, a la que no duda en agradecérselo de todo corazón), por eso el estudio Electric Deluxe Recording de Austin, por eso las cuerdas y los vientos, por eso una versión de «Althea» de los Grateful Dead, por eso del doo-wop sesentero, por eso el sonido Motown, por eso el R&B, por eso más Dusty y Bobby que Loretta y Dolly, nuevos territorios en los que, sin embargo, no se percibe salto ni brusquedad, porque Jaime Wyatt ya venía soltando sus buenos coletazos en los discos anteriores, y no hay nada forzado ni calculado en la transición, es todo fluidez, de una lógica casi aplastante, resulta evidente que se siente como pez en el agua (no obstante, está ahí la colosal «Moonlighter» con la que cierra el disco, para recordarnos de dónde viene y lo que lleva, inexcusablemente, en la sangre, con versos tan brillantes como cuando canta eso de: «It's raining like hell here in Belfast and I miss my dog / But I don't have the answers I want so I might have to fall»). Un disco que te quita la tontería en cero coma. No todo va a ser llorar borracha entre rejas.