WILL VARLEY

Spirit of Minnie

(Xtra Mile Recordings, 2018)

Decir iPod hoy suena raro. Suena a cosa que usaban los antiguos. A batallita de mili o hazaña bélica de instituto. A novia antigua o primer amor. A terópodo dromeosáurido, especie extinguida. Pero hemos de situarnos en 2018, el invento ya llevaba diecisiete años en marcha y aunque se había reinventado y conocido diversas mutaciones, ya nacidas con vocación de extinguirse, aún gozaba de cierto crédito. Y la maquinita ya había hecho su trabajo devastador, había acabado con los viejos hábitos de escucha. En una entrevista de por aquel entonces, cuando Will Varley sacaba este Spirit of Minnie, el entrevistador le preguntó qué se encontraría en su lista de «recién escuchados» alguien que le distrajera en ese momento el iPod del bolsillo. Varley le dijo que no gastaba de eso. Que nunca le había gustado escuchar la música así. Que un millón de canciones eran demasiadas canciones para él. Que él seguía con la cabeza abultada con las diez canciones del Blood On The Tracks, que llevaba escuchando desde hacía veinte años. Will Varley es de esa vieja estirpe, hoy ya casi también terópodo-dromeosáurida, que mira desde la loma el meteorito que se aproxima, la estirpe de los que aún creen en el formato álbum, en la cosa pensada como un todo, no en el batiburrillo, ni en el single de ocasión. Cuando, acto seguido, el entrevistador le preguntaba cómo iba a ser su concierto del día siguiente, Will dijo que igual a los de sus primeros días y, probablemente, igual al último que daría antes de entregar la herramienta: «Una sala, una barra, unos cuantos seres humanos escuchando o hablando, y yo arriba, en el escenario, cantando canciones». También en esta declaración acusaba un poco el signo de los tiempos. Ir a un concierto a escuchar las canciones de la persona que está en el escenario también está empezando a ser un hábito poco menos que cretácico. La evolución parece tender, y cada vez más, hacia el espécimen que acude a los conciertos a hablar de sus cosillas. En fin, todo esto para decir que, aunque sabiéndome también de esa raza casi extinta de los compradores de discos que, además, gustan de sentarse con un buen six-pack (o dos) a degustarlos de punta a cabo al llegar a casa, no es menos cierto que, al contrario de Will, yo sí gasto de eso, de iPad, que el que sigo usando es un ejemplar de aquel entonces, hoy ya casi pieza de arqueología, y que ha sido gracias a la teoría del caos y a la escucha del modo aleatorio (para mí, todo esto, pura brujería), me asaltó de repente la canción «Breaking the Bread», que llevaba sin escuchar cuatro o cinco años, después de haberla fatigado como si fuese mi mejor caballo en la época en que salió este Spirit of Minnie. Así que el iPad, de vez en cuando, depara estas sorpresas. Fue como un disparo a bocajarro. Y ahora me ha vuelto a dar la venada, claro. Y estoy volviendo a extenuar la canción como en los primeros días, aunque ni la canción ni yo seamos ya, ni por asomo, los mismos (hemos coleccionado mudanzas, entierros, traiciones, nacimientos, despedidas, nuevos asombros, nuevas promesas…, vamos, lo que vienen siendo las peripecias habituales de la vida de cualquier terópodo dromeosáurido, a estas alturas de siglo). Y he vuelto a rescatar los discos de Will Varley (este que hoy reseñamos, quizá por ser el primero que escuché, es mi preferido, también porque incluye esta canción que se me quedó pinchada para siempre por ahí dentro y que, en efecto, si alguien me distrajese ahora el iPod del bolsillo —en el caso de que supiera lo que es y no lo mirara como un adolescente de hoy impávido ante un teléfono de disco—, encontraría «Breaking the Bread» no solo como la última canción escuchada, sino como la canción más escuchada en los últimos siete días, casi de un modo obsesivo). En este álbum, Will Varley alcanzó la cumbre. Se había curtido en los garitos de folk de South London desde adolescente. Se había trasladado a Deal, la ciudad costera de Kent, por los alquileres baratos y los buenos pubs. Dos o tres open-mics a la semana. Ayudó a montar Smugglers Records con otros músicos independientes. Se recorrió, actuando, todas las tabernas de la campiña. Durmiendo en graneros, acampando junto a los canales y perpetrando bolos en los rincones de los pubs atestados. Baladas melancólicas y descorazonadoras, canciones furibundas de protesta, blues hablados con mucha guasa y chascarrillos entre canciones, interactuando con el respetable (eufemismo nada respetable, todo hay que decirlo, últimamente no hay nada menos respetable que el susodicho respetable, ni en las salas de conciertos ni en los cines). Entre tanto, novelas (el talento literario ya era palpable en sus letras; muy recomendable suscribirse a su Notes from the Zetland, accesible desde su página web, donde comparte historias y poesía: la antepenúltima entrada hasta ahora, la de los camellos de Texas, es oro puro), primeros álbumes e invitaciones para abrir conciertos de gente como Frank Turner, Billy Bragg, Valerie June, William Elliott Whitmore, Lincoln Durham, The Dead South y The Proclaimers. Y así hasta febrero de 2018, cuando salió y llegó a mis manos este Spirit of Minnie, su quinto álbum, ya con Xtra Mile Recordings, producido, nada menos, que por el legendario Cameron McVey (productor de Massive Attack y Portishead) y masterizado por Frank Arkwright en los Abbey Road Studios de Londres (primer álbum de Varley grabado con una banda completa). Y ese corte cuatro, «Breaking the Bread», que sigue poniéndome los pelos de punta y que estará ahí, en efecto, en el futuro, cuando el paisano de turno levante una piedra y encuentre ese fósil, y lo haga funcionar: «Marry me, beneath the trees, my mother brought to bloom / And we'll see how far the circle goes around the old statue / And when each angle has been seen and there's nothing to be said / They'll find us nestled on the stone, waking the dead». Los viejos tratados digitalizados le informarán que se llamaba iPod. Los huesos de alrededor, los de uno que escuchaba canciones (y que, para más inri, escribía un blog de música, especie más rara no se conocía, normal que se extinguiera, y muy bien extinguida: en eso andamos).