JOBI RICCIO

Whiplash

(Yep Roc Records, 2023)

Como muchas de las mejores cosas que escuchamos últimamente por este rancho, a Jobi Riccio la conocimos, por el vídeo que grabó para los benditos dealers de Western AF, hará unos seis meses. En ese momento ella residía en Nashville, pero volvió a su estado natal, Colorado, en otoño, para grabar el susodicho vídeo bajo el dorado llameante de los álamos temblones de su viejo rancho. Canta «Whiplash», la canción que da título a este, su segundo disco. En el momento de la grabación del vídeo, el disco llevaba ya un tiempo en el mercado, Jobi se había alzado en verano con el John Prine Songwriter Fellowship Award del Festival de Newport, había fichado por Yep Roc Records y había hecho su debut en la televisión nacional. Pero quizá lo que más eco tuvo fueron las palabras que le dedicó Jason Isbell en sus redes sociales: «Hoy he escuchado en la radio “For Me It's You”, de Robi Riccio, así que luego quise escuchar más canciones suyas, ¡y qué buena es! Me tiene impresionado». La gente, obvio, se puso de inmediato a bichear y seguirle la pista. Y el pequeño maremoto desatado por el comentario de Isbell tendría su colofón con ella teloneando a Isbell en el bolo de su gira en La Vista, Nebraska. A veces las cosas suceden así de rápida e imprevistamente. «Dios mío —diría ella—, recuerdo que en su día me pasé dos meses, o más, escuchando única y exclusivamente las canciones de Jason Isbell. Y, sin duda, ha sido una inspiración durante la concepción de este disco.» Trallazo, o latigazo cervical. Así se titula la cosa. Dice Riccio que cuando estaba escribiendo las once canciones que lo componen, no dejaba de asaltarle la imagen de alguien hundiendo el pie en el freno durante un accidente en la carretera, a lo que se sumaba la idea de la sacudida emocional. Ese subidón de estrés y adrenalina que ella equipara a lo que estaba experimentando mientras se sacaba de dentro las canciones, en el momento de ponerse a procesar emocionalmente la adolescencia (ese país tan rematadamente extranjero para cualquiera, los años formativos y tumultuosos), dando vueltas como una peonza que no deja de golpearse contra las paredes, provocando un cambio brusco detrás de otro, bastante sin meta, encarando heridas pasadas y abrazando nuevas inseguridades. Nadie sale indemne de semejante baqueteo. Pero ella, recién llegada —o salida— de esa jungla adolescente, sabe mostrarse fiel a sí misma, sin enmascarar nada, con un candor y una vulnerabilidad de una crudeza escalofriante. Al final, es un disco sobre la violencia de madurar y hacer las paces con una misma. De aceptar tu sexualidad, sin tapujos. Riccio, como dejamos caer unas líneas más arriba, es nacida y criada en Morrison, Colorado (un pueblo turístico a los pies de las montañas, a las afueras de Denver, donde está el célebre anfiteatro Red Rocks) y se enamoró desde muy pequeñita de la música country; empezó a tocar la mandolina a los ocho o nueve años, después de escuchar por la radio a Nickel Creek, y fue la escena bluegrass de Colorado la que la amparó desde el primer momento. Después de completar sus estudios de teoría musical en el Berklee College de Boston gracias a una beca, se traslada a Nashville (donde ya hoy forma parte de la emergente comunidad «Queer Country» que, con Brandi Carlile, Brandy Clark y Jaime Wyatt a la cabeza, lo está reventando; también ha abierto conciertos para el inmenso Willi Carlisle). Su primer álbum, Strawberry Wine, un EP con tres canciones, hoy ya solo disponible por descarga digital, estaba más centrado en los recuerdos de su infancia, y tenía una envoltura más próxima al country clásico y el bluegrass (valga decir que es una auténtica gozadera, el «Working Girl Blues» lo hemos estado escuchando por aquí como auténticos maníacos). Sin embargo, en este Whiplash, en el que sigue muy presente lo tradicional, hay elementos más modernos, secuelas de haber estado escuchando mucho a los Bonny Light Horseman, y de haberse sometido a innumerables sesiones de vídeos de Lucinda Williams tocando «Joy» con su telecaster, aprendiendo de ese paso tan decidido y arrogante con que la maestra arremete siempre sus fraseos y los riffs. Ahora, en efecto, hay también teclados, instrumentos de viento y mellotron, pero siguen teniendo su crucial protagonismo los violines y la pedal steel, y sus letras siguen plagadas de coyotes, desiertos y praderas.