CHRIS KNIGHT

The Trailer Tapes
(Drifter’s Church, 2007)

Este inspector de minas de Kentucky decidió ponerse a componer después de escuchar el Guitar Town de Steve Earle por la radio (hablando de Steve, años más tarde me encantaría encontrarme con aquella crítica que compararía la fuerza y la furia de Chris Knight con las de un Cormac McCarthy de paso por Copperhead Road). Llevaba ya desde los quince aprendiéndose las canciones de John Prine a la guitarra. Comenzó a viajar a Nashville y a frecuentar las noches de micrófono abierto del Bluebird Café (aunque no pegase ni con cola con los Garth Brooks de turno que pululaban por allí a ver si les sonaba la flauta, incluyendo al propio Garth Brooks de turno al que le sonó la flauta y brrrrrrrrr –escalofrío del reseñista, seguido de arcada–) hasta que un buen día llamó la atención del productor Frank Liddell y ¡bendito sea! (como suele decir mi amigo Rafi cuando algo le emociona: «A ese tío le debo dinero»). Pues bien, el caso es que cuando en 1998 editó su primer álbum en Decca (Chris Knight, ¿para qué vamos a complicarnos?) el bueno de Chris seguía viviendo en su terrenito de 90 acres, con su perro, en un tráiler de 10’x15’ a las afueras de Slaughters, Kentucky (población: 238 habitantes, entre los que cabría destacar a Miss Kentucky USA 2005, o ni siquiera). Pero ya para entonces llevaba tiempo escribiendo y grabando canciones, a lo Alan Lomax, en su tráiler, con su perro y su guitarra, historias del sur profundo, ásperas y crudas, en cintas ADAT (maravillosa House and 90 Acres). Él pensó que aquellas grabaciones jamás verían la luz, pero con el tiempo la gente empezó a hablar de ellas. Habían circulado en bootlegs y se habían vuelto secretamente legendarias. Recuerdo haber preguntado por ellas en la tienda de Ernest Tubb cuando estuve en Nashville (furtivamente, como quien pregunta por literatura licenciosa). Había un tipo que conocía a un tipo que tenía una copia en cassette y que lo mismo si me pasaba por el Tootsies Orchid Lunge esa tarde podría pedirle que me la grabase, porque solía dejarse caer por allí. Crucé la calle y estuve hasta las tantas emborrachándome en la barra del Tootsies esperando a aquel capullo(para fastidio de mi consorte, que había oído lo de que quien entraba emparejado en el Tootsies salía indefectiblemente soltero*) y me reafirmo en lo de capullo porque, por supuesto, aquel capullo no dio señales de vida. Mi gozo en un pozo. Por mí me hubiese quedado en aquella barra, bebiendo cerveza, hecho un Barfly en toda regla, hasta que por fin apareciese aquel capullo, pero no viajaba solo, maldita sea, y al día siguiente salía nuestro vuelo a Madrid desde Chicago. No me cuesta mucho imaginarme allí sentado (ya soltero), durante varios años, con aquel capullo sin dignarse a aparecer, por supuesto, hasta el día en que finalmente aquellas grabaciones vieron la luz tras ser mezcladas y remasterizadas por Ray Kennedy en 2007 (otro grande al que le debo dinero). Entonces cruzaría la calle, volvería a entrar en la tienda de Ernest Tubb y compraría el disco oficial. Ya no trabajaría allí el tipo que conocía al capullo que tenía el dichoso bootleg. Pero al llegar a casa oiría el disco y desde el primer acorde de la primera canción (Backwater Blues) tendría clarísimo que la espera había merecido la pena.

En 2009 saldría su secuela, el Trailer II. Otra puta obra maestra (más dinero a deber).

*Decir que no salí del Tootsies soltero, pero casi. Mi consorte y yo aún tardaríamos un par de meses en demolernos.