Any Way, Shape or Form
(New West Records, 2014)
A veces ocurre. Sigue ocurriendo. Cuando te parece que ya lo has probado todo y que ningún chute te va a proporcionar el subidón de la primera vez, de repente va y aparece una banda con la que te vuelven a entrar unas ganas locas de ponerte a saltar, a berrear y a proferir todo tipo de improperios. La felicidad versión 5.0. Música de los Ozarks. Todo muy hillbilly, no hay más que verlos (no son barbas customizadas en esa barbería tan hipster que hay al lado del Cascorro; son barbas de estar jodido, barbas de taller y de desguace, de tener una cuchilla escondida dentro; por cierto, la compañía de contratación que catapultó a estos osos montañosos, lo tuvo muy claro cuando los eligió para abrir a los ZZ Top: «Estos tíos tienen barba y estos tíos tienen barba, pongámoslos juntos, a ver que pasa»; lo que pasó fue que la gente flipó con la Ben Miller Band y cuando salieron los Gibbons, con toda su parafernalia explosiva, fue bastante bajón de cuadro). Bautizos, linchamientos y otras diversiones. Música de lo que dejó el tornado a su paso por Joplin (Missouri). Trombón y trompeta de banda balcánica, con su guitarra y su mandolina. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. Pero luego viene el banjo, la tabla de lavar y las cucharas, las tres cosas con cable, enchufadísimas, un micrófono hecho con el auricular de un viejo teléfono que alguien heredó de su abuelo, un serrucho y, lo mejor de todo, un bajo de una sola cuerda construido con un barreño de metal (de los de bañarse en una película del oeste con los calzoncillos puestos y frote de espalda de ramera cariñosa que guarda un pequeño revólver en la enagua) y un palo. Lo que viene siendo una cosa que ellos mismos han bautizado como «Ozark Stomp», zapateo de los Ozarks, ahora «Mudstomp» en referencia al nombre de su primera discográfica (al loro con lo que edita este sello, Tyler Gregory, The Big Idea, Under The Big Oak Tree, no lo oirás en la radio…), mezcla de blues, rock and roll y folk de los Apalaches, todo con su buena distorsión metanfetamínica para ponerte a cien (hagan el favor de empezar con el temazo «Hurry Up And Wait» o con el «Burning Building», y si no gritan y jalean es que no son humanos), algo digno de aquella gente que pululaba y sobrevivía (apenas) en Winter’s Bone, la colosal novela de Daniel Woodrell, el escritor oficial de esa dura meseta, Missouri frontera con Arkansas (se hizo también una película, Los huesos del invierno, que ganó en Sundance en el 2010, «tan grave como una mordedura de serpiente»). Pues bien, esta es la música que hacen y escuchan en esas montañas. Imposible no ponerse a pegar tiros al aire si tienes a mano un pack de seis cervezas y una escopeta.