Gone Away Backward
(Bloodshot Records, 2013)
En pocos días llegará a la granja de Dirty Works el nuevo disco de Robbie Fulks (Upland Stories). Dicen que sigue en la misma línea que el anterior (este que hoy reseñamos aquí y que no hemos dejado de escuchar desde que salió hace ya casi tres años; imposible no ponerse en bucle el «Long I Ride», pura medicina, hermanos), y nada puede alegrarnos más que una noticia como esta. Desde que Gone Away Backward hizo su celebrada aparición en 2013, el mundo es un poco mejor. Fue el álbum que supuso el regreso de Robbie Fulks al sello que le vio nacer, y nada menos que con los Apalaches metidos entre las cuerdas de su guitarra. John M. Tryneski lo explicó tan bien en su día que no merece la pena tratar de inventarse una descripción más precisa: «En cuanto al sonido, este disco suena como si hubiese estado oculto en algún olvidado valle de los Apalaches desde el final de la Segunda Guerra Mundial, esperando ser descubierto». A un lado quedan las maravillosas versiones de Michael Jackson (Happy: Robbie Fulks Plays the Music of Michael Jackson) e incluso su rendida reinterpretación del «Irreplaceable» de Beyoncé, incluido en la divertidísima colección 50 Vc. Doberman 50 song digital release, virguerías con que al bueno de Robbie le gusta sorprendernos de vez en cuando para hacernos más felices; a un lado queda, decíamos, su humor, su desfachatez y su «payasismo» (dicho esto de la payasería en el mejor de los sentidos, en el sentido más Felliniano posible: Robbie Fulks es un tipo genial y desternillante, honesto e impredecible, aparte de tremendo virtuoso del fingerpicking, bastante punky además, «country sin fronteras», como dijo también alguien por ahí; escuchen, si no, cualquiera de sus clásicos: «Let’s Kill Saturday Night», «She Took a Lot of Pills (And Died)», «Roots Rock Weirdoes», «She Must Think I Like Poetry», por citar solo cuatro hitos de su extensa carrera, este es su álbum número 12, el que viene ahora es el 13, ¡qué nervios!). Y es que Gone Away Backward es un regreso a los orígenes, al banjo que le arrebató un buen día a su tía en la granja cuando solo tenía cinco años, un regreso a su infancia en Virginia y Carolina del Norte, o antes aún, a los campos de York, Pennsylvania, a la gente con la que convivió y padeció en las montañas antes de trasladarse a la escena alt-country de Chicago y mandar a tomar por culo a la ciudad de Nashville con aquel glorioso himno que a mí tanto me gusta canturrear cada vez que veo un capítulo de ese espanto de serie de la ABC que responde al nombre de Nashville (y que me está haciendo odiar a Buddy Miller y a Jim Lauderdale, algo que parecía imposible y que es absolutamente imperdonable), me refiero al temazo «Fuck This Town» de su segundo disco, South Mouth… Un regreso a los orígenes, por cierto, que queda asimismo simbolizado en su vuelta al sello de los «inyectados en sangre». Lo dice claramente en «That’s Where I’m From»: «Can’t tell I'm country? / Just you look closer / it's deep in my blood.». Porque lo lleva en la sangre. En propias palabras de Robbie, el atraso al que hace referencia el título del disco (cita de algún oscuro rincón de la Biblia) no solo se retrotrae en términos de nostalgia por el pasado, nostalgia agridulce por el pasado, sino también en el sentido, muy actual, rematada y jodidamente actual, del atraso al que nos ha sometido la puta recesión y los malos tiempos que nos han tocado vivir. En ese sentido, no es un álbum sobre el pasado, sino un álbum sobre el presente. Canciones que, pese a su aire nostálgico, siguen sangrando. Gracias, Robbie.