Wooden Heart
(Big River Records, 2016)
Hay un Andrew Adkins que sí y hay un Andrew Adkins que no. Buscas a uno y te sale el otro. El que no, es de Ohio, y sale más. El que sí, es de West Virginia. Hablaremos de este último. Al otro que le vayan dando. Llegué al que sí a través de un comentario de mi queridísima Amanda Ann Platt (la cantante de los Honeycutters, grupazo del que ya hablaremos en otra ocasión). Cualquier cosa que diga Amanda Ann Platt, voy yo y me lanzo sin pensarlo. Esto es así (me tiene en sus manos). Así que me pongo a indagar, me topo con el que no y, claro, no entiendo nada. Pero insisto, Amanda no puede habérmela pegado, añado a la búsqueda las montañas de West Virginia y por fin me sale el que sí, y la cosa se aclara. Amanda sabe de lo que habla. Reconozco que el primer impulso que me lleva a escuchar a este tipo no puede ser más peregrino. Veo la cubierta de Wooden Heart y solo pienso una cosa: ¿a qué sonará alguien que coge así la guitarra (alguien, además, que ha perdido sus botas)? Desde el primer corte me convence. Tremendo. Esto suena a descarte de Heartworn Highways. No puede ser, me digo. No puede haber surgido así, de la nada (aunque a veces ocurre, y es maravilloso, y las modas pasan, y todo el mundo se apunta al banjo y a la mandolina y se deja barba, pero enseguida se les pasa, aunque, por fortuna, el círculo de A. P. Carter no se rompe y no dejan de surgir artistas increíbles). Bicheo y veo que no, que hay un disco anterior, The Long Way To Leaving, de 2014, y un grupo con el que se estrena en el 2008, The Wild Rumpus, una gloriosa banda de lo que ellos mismos han bautizado con la etiqueta de Appalachian Stompgrass (entre otras cosas, porque hay rock y hay swing en la mezcla; un zapateo en el pasado y un zapateo en el presente… yeeeehaw!), con quienes ya ha grabado tres discos (también sobre estos volveremos más adelante, porque sus tres discos ya están en camino, ayer alguien los metió en un sobre en una oficina de correos de Fayetteville, West Virginia, USA con destino a: mi casa). Un auténtico storyteller. Está la huella de John Prine en las letras y se detecta la sombra de Guy Clark en esa cosa artesanal, sutil y delicada, de construir una canción. «Una cosa es ser escritor», ha dicho Adkins, «y otra tener que escribir». Él tiene que hacerlo. Es una necesidad. Hay un anhelo distante y una suerte de soledad en su voz, pero también un sentido de pertenencia y de humildad. Y no falta el humor, el sarcasmo, como muy bien señala Tim O’Brien (otro glorioso virginiano). Sin duda, es uno de los nuestros. Y uno de los descubrimientos más jubilosos de este año. Y porque de bien nacido es ser agradecido: gracias, Amanda, la siguiente corre de mi cuenta.