Sidelong
(Bloodshot Records, 2017)
Los del sello inyectado en sangre de Chicago han rescatado este disco de hace un par de años, publicado originalmente de manera independiente en Chapel Hill, Carolina del Norte. Y, según parece, ya tienen listo el siguiente para el 2018. La Rolling Stone destacó a Sarah en el 2016 como una de las nuevas artistas country que más nos valdría conocer, pero ella ya llevaba cerca de diez años mordiendo la manzana prohibida y echándonos el humo a la cara. No en vano su primer grupo se llamaba Sarah Shook & The Devil (el mismo diablo que aparece al final de los agradecimientos de este Sidelong), bisexual por un lado y atea gracias a Dios, como decía Buñuel, asqueada de su (de)formación religiosa de pueblo pequeño, hipócrita y resentido (el mismo pueblo del que saldrían los maravillosos descerebrados de Southern Culture on the Skids). Normal que le rebosase el punk por los poros en semejante ambiente de anquilosamiento fundamentalista. Sex Pistols contra los violines engolados de la iglesia baptista. «Simpatía por el diablo» y «apetito de destrucción». Novio por internet, huida del hogar para casarse («on a fever») y verse divorciada y embarazada a los veinte años para acabar viviendo sola con su hijo en una caravana en mitad del bosque, aprendiendo a tocar la guitarra entre cantos de cigarras y latas de cerveza aplastadas, y trabajando de camarera en The Cave (todo exquisitamente redneck), una sala de conciertos donde comienza a relacionarse con los demás hijos descarriados de la escena musical de Carolina del Norte. Así que no es de extrañar que acabe el día bebiendo agua «porque ya me bebí todo el whisky esta mañana», como se lamenta en la canción dedicada al grandísimo Dwight Yoakam, puesto que como muy bien dijo antes en «Heal Me»: «Hay un agujero en mi corazón que nada de lo que hay por aquí puede tapar, aunque sigo albergando la esperanza de que el whisky lo haga». Amores perdidos («no puedo decidir quién de los dos acabará siendo el clavo de este ataúd») y lucha denodada por no ahogarse. Hacerle la peineta a la soledad y al desamparo. Ser joven y haber visto (y padecido) demasiado. Y aun así persistir y seguir intentándolo, sin acompañamiento o con John Howie, Jr., de los Two Dollar Pistols, a la percusión y a la guitarra, sin pedir permiso ni disculpas a nadie en este mundo de cafres y machos babosos y dominantes. Tras esa aparente vulnerabilidad, nadie la ha descrito mejor que Ed Whitelock en su reseña para PopMatters: Sarah Shook (tanto ella como su música) no es de las de pistola en el bolso, sino de las de cuchillo en la bota. Y no tiene empacho en afirmar que Dios no comete errores, lo que pasa es que no deja de cagarla, así de simple. Y a quien le moleste el humo en la cara, que se aparte.