SCOTTY ALAN

Wreck and the Mess

(Spinout Records, 2011)

Vive en las afueras de Marquette, un pequeño pueblo de la Península Superior de Michigan (lo que se conoce como: «The Yoop»), cerca de la orilla meridional del Lago Superior, o lo que es lo mismo: en medio de la nada, en los bosques del norte, en un terreno de diez acres, desconectado del mundo, en una modesta cabaña que lleva ya cerca de veinticinco años construyéndose poco a poco (a modo de ejemplo: arruinó dos palas del nº2 para cavar el sótano, tarea titánica que le llevó más de tres largos meses solitarios, acompañado ocasionalmente por los coyotes que se asomaban desde la línea del bosque para contemplar con mirada crítica sus lentos avances, ya al final casi dispuestos en su exasperación a echarle una mano…). También se instaló una sauna. Él mismo se ocupa de sus necesidades: caza ciervos, pesca, cuida de la huerta, espanta a los mapaches, se disputa las bayas con la fauna autóctona y calienta el hogar con leña cortada de sus terrenos. Consecuencias del punk (que como cantaba –y sabe muy bien– el gran Micah Schnabel, de los Two Cow Garage: «Al final el punk rock / nos deja vacíos y solos»). Está lejos, pero está cerca. Le gusta la soledad aunque, como él mismo dice, no es un solitario. En realidad solo vive a cinco kilómetros de la casa donde se crió, miembro de una familia que lleva generaciones instalada en la zona, sangre finesa. Dice que apenas escucha música (aunque lleva haciéndola desde que cumplió los 14). Se pasaría luego más de una década tocando en una banda punk de tres miembros, The Muldoons, que acabó siendo de dos, a «two-man trio» como ellos mismos se autodenominaban, él a cargo de la batería y la guitarra. Pero le llegó el vacío. Y se atrincheró en su granja, apuntalado en invierno por muros de nieve de más de tres metros, perfeccionando su técnica, cantando en la sauna, saliendo de vez en cuando para grabar cosas que luego sometía al juicio de los coyotes, o para hacer algún bolo en algún club de algún pueblo perdido del Medio Oeste. Incluso saltando el charco para tocar en los cafés de Amsterdam. En enero de 2011 viajó a Los Ángeles, un sitio extraño y sin nieve (el «Lost Ángeles», del que hablaba Bukowski en su correspondencia con Sheri Martinelli, Noche de escupir cerveza y maldiciones), para grabar con su viejo amigo Bernie Larsen (productor, entre otros, de Jackson Browne, Rickie Lee Jones, Melissa Etheridge y Lucinda Williams) el material que conformaría este inmenso Wreck and the Mess, la secuencia narrativa de un amor que se va a la mierda, con gente como Ian McLagan y Jorge Calderón, ahí es nada. Desde entonces no hemos vuelto a saber de él. Habría que preguntar al sheriff de Marquette. O al ferretero.