BABYLON BERLIN

 

He ido unas cuantas veces a Berlín. La última, hace ya un par de años, a ver en acústico al colega RYAN BINGHAM.

Recuerdo que hacía un frío de tres pares, que me puse enfermo, que pagué una cantidad indecente por un café en un garito hipster, que la chavala que me sirvió en un mercadillo la comida más picante que me he metido en la boca en mi vida se partió de risa al verme el careto tras el primer mordisco, pero aun así, lo pasamos de lujo.

Aparte de esos detalles, siempre me ha llamado la atención lo bailones que son los berlineses, que siempre haya sitio en las terrazas, el tamaño de las cervezas y que te puedas acoplar en cualquier sitio de la calle para bebértelas, y también cómo han sabido conservar la arquitectura de posguerra e integrarla con los nuevos edificios.

Los edificios modernos no suelen gustarme, pero en Berlín molestan menos.

La serie BABYLON BERLIN tiene corrupción, drogas, sexo, prostitución, pobreza, supervivencia y al detective GEREON RATH moviéndose por una trama policial en torno a una red de pornografía relacionada con la mafia rusa.

Nos muestra en 1929 el Berlín del desparrame, de los cabarets, de la vida nocturna, el Berlín que se cortó de cuajo con la llegada del señor del bigote y el nacionalsocialismo.

Dieciséis capítulos en dos temporadas producidas por las cadenas alemanas ARD, SKY DEUTSCHLAND, X FILM CREATIVE POOL y BETA FILM, porque la serie ha costado un pastón para los parámetros europeos.

Por aquí, en DIRTY WORKS, somos muy de cerveza MAHOU y de BULLEIT BOURBON, pero viendo la serie he de reconocer que te entran ganas de abrir una botella de champagne o de una de esas cervezas artesanales alemanas que saben a perfume.
Por si hay algún curioso en la sala: no lo hemos hecho.