OTIS GIBBS

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Hoosier National

(Otis Gibbs, 2020)

Tras doce años en East Nashville (Tennessee), Otis, de quien ya reseñamos Mount Renraw hace tres años, decidió regresar con su compañera, Amy Lashley (compositora y autora de libros infantiles), a Indiana, su tierra natal, donde en su día, trabajando en el campo, llegaría a plantar más de siete mil árboles (dato que dejamos caer como quien no quiere la cosa solo para subrayar, ya de primeras, para quien no lo conozca, que se trata de un hombre que sabe perfectamente lo que es el sudor y la tierra: «Harder Than Hammered Hell»). Adquirieron una casa victoriana de ciento quince años de solera, en un viejo barrio con mucha historia, y ahora no puede sentirse más feliz, de vuelta en la tierra que vio nacer al gran Kurt Vonnegut y al inmenso guitarrista de jazz, Wes Montgomery. Reencuentro con viejos amigos y el gusanillo de nuevos proyectos. El primero ha sido este impresionante (lo decimos ya) Hoosier National, en cuya campaña de Indiegogo aún estáis a tiempo de participar. El objetivo ya ha sido superado, pero aún quedan, a día de hoy, veinticinco días para sumarse a la fiesta. Si os animáis, el mismo día os llegará la descarga. El vinilo (es la primera vez que lanza su trabajo en este formato) o el CD zarparán desde su salón en diciembre, con sus golosas recompensas… Para explicar el origen de este álbum, Otis comienza como quien cuenta un chiste: «¿Os sabéis el del cantante de folk idealista y cascado que coge un día una guitarra eléctrica de más de cincuenta años y la enchufa sin cuidado a un viejo ampli de más de sesenta tacos?». Pues esa es exactamente la historia que hay detrás de Hoosier National, y a eso es a lo que suena el primer disco eléctrico («¡Judas!», jajajaja) de Otis Gibbs, sin sello discográfico, sin publicistas, sin vías de acceso y sin capital. Independiente a más no poder. Artista marginal, si se prefiere (como él mismo sugiere). ¿Qué puede salir mal? «Conseguí la guitarra en 1989 y ya tenía veinte años en aquel entonces, una guitarra vieja, maltrecha y obsoleta como yo mismo. Estaba una tarde solo en casa y se me ocurrió enchufarla a un ampli viejuno de más de sesenta años, lo puse a todo meter y sonó tan condenadamente bien que decidí basar en eso mi siguiente trabajo». Un álbum del medio oeste, de polvo, tierra y carretera. El mismo imaginario de los discos precedentes, pero con la fuerza y la presencia de lo eléctrico, y de una manera natural, nada impostada, con la misma aridez del Oklahoma de John Moreland, muy Nebraska y de seguir el rastro fantasmal de Tom Joad. Diez canciones, diez relatos de clase obrera, pueblos industriales anochecidos, fábricas cerradas, sindicatos, gente que se apaña su propia Chopper con piezas de desguace y que lucha por seguir adelante, en la carretera, a noventa millas por hora, intentando no desmoronarse, poco dinero y gasolina solo hasta el próximo bolo. Un disco, en sus propias palabras, imperfecto, literario y muy del momento que estamos viviendo, un momento de prescindir de filtros artificiales e intermediarios, directo desde su salón al tuyo. Con él resulta difícil, porque con cada disco lo clava, pero puede que estemos ante una de sus mejores obras. Un lujo siempre poder contar con Otis trabajando a destajo, como un orfebre, en sus canciones (o brindándonos las entrevistas y las historias de su maravilloso podcast: en el más reciente, Todd Snider habla de su amor por John Prine y de las fiestas que se montaban en su casa en compañía de Guy Clark, Townes Van Zandt y Nanci Griffith: https://otisgibbs.com/1832-2/). Y el caso es que Otis siempre nos da las gracias por «giving a damn», pero, ¡qué demonios!, ¡cómo no nos va a importar! Imposible que algo así pueda llegar a sudárnosla/lo. No hay más que oír sus canciones. Honestidad y compañerismo. Canciones que echan una mano. Con toda la aspereza y la rugosidad del camino. Sin embellecer ni pulir, pero con toda la dignidad de la lucha y el sudor. Y la esperanza. Y es así, entre otras cosas, porque él ha estado allí y lo suyo, sus historias, sus visiones, importan e inspiran. Mucho. No en vano fue campeón de yo-yo en quinto de primaria y, una vez, luchó contra un oso, y perdió.