Buffalo Nichols
(Fat Possum, 2021)
Carl «Buffalo» Nichols, natural de Houston, ha mamado bien de las dos fuentes, como es de recibo, la de la iglesia baptista y la de los bares de Milwaukee (del extremo norte, del extremo negro). Cuentan los de por allí que ya a los seis años se le podía ver bicheando por las tiendas de discos. A los once alguien le regaló la caja con los DVDs de la serie Martin Scorsese Presents The Blues y eso le sacudió las entrañas. Sobre todo Skip James (también Son House y Charlie Patton, dolor y frustración, básicamente), los sonidos más oscuros y de mayor tonelaje, y eso le indicó el camino. Luego, unos cuantos años de labores de intendencia, como quien dice, en diez bandas un tanto desabridas, puro entrenamiento antes de dar el salto, a las bravas. También extenuó su guitarra trotando por África. Pero se conoce que fue el bullicio del jazz de los barrios obreros de Ucrania y de los cafés berlineses, con mucho afroamericano expatriado, donde encontró la chispa del quejido que le estaba faltando. Un blues sin aditivos, pura expresión del alma y del desarraigo, casi ajeno al oyente, no hablemos ya del mercado, de espaldas a toda esa parafernalia abstrusa. Él tiene claro que antes de cambiar a los oyentes, hay que cambiar la narrativa. Lo otro quizá sea una batalla perdida, aunque podría acabar cayendo esa breva, pero no sin antes reforzar los cimientos. Para su primer álbum, homónimo, primer lanzamiento de blues en solitario de nuestro carísimo (de queridísimo, porque de precio está más que tirado, así que no me seáis ruinacos y salid a comprarlo, que aún hace bueno) sello Fat Possum en casi veinte años, ha querido devolver la música (su música, porque es de ellos) a los suyos, para que se escuchen a sí mismos y se encuentren en sus historias, un disco en buena parte compuesto a partir de maquetas y sesiones de estudio grabadas entre Wisconsin y Texas. Todo muy de andar por casa que es por donde se transita más a gusto y desenvuelto. Nichols admite que la ira y el dolor tiñen las conversaciones y las anécdotas autobiográficas que hay detrás del enfoque reflexivo y narrativo de sus composiciones (los ocho puñetazos de este disco). Pero sin caer en los estereotipos ni las generalizaciones. En su planteamiento prima una actitud decididamente activista que ha ido a pescar en solitario hasta las mismísimas fuentes del género. Él afirma con rotundidad que desde hace tiempo las historias de los negros ya no se cuentan en el blues de manera responsable. El blues ha sido fagocitado y bastardeado por unos y otros. Hay mucho cliché y mucho solo interminable. Mucho postureo y mucho virtuosismo estéril. Poco más que música para turistas condescendientes (léase: imbéciles de tomo y lomo), música de zoo, para entendernos. Él quiere desnudarlo todo de nuevo. Devolverle su aguijón y su veneno. Volver a los tiempos en los que el blues era una «letra escarlata» (lo dice él, que ha leído a Hawthorne y le ha cundido). Y para ello no duda en tirar de afinaciones abiertas. Atmósferas que recuerdan a los suelos áridos y los vastos cielos del Sur de Estados Unidos (lejos del sonido de Chicago y del soul-blues de Memphis). «La mitad de las veces no sé ni en qué tono estoy ni qué acordes estoy tocando, simplemente sigo la música. Así es como surgió buena parte de este álbum, dejando que la guitarra hablase por sí misma». Voz oxidada y alma. Y si estás jodido, ya te advierto, llorarás en tu cerveza. No lo oirás en la radio (mucho menos en Radio 3, ese erial), pero cuando te asalte de improviso, a bocajarro, desde algún altavoz o desde las arcanas sinapsis de algún recóndito algoritmo, te hará parar el coche en la cuneta. Esto es un costillar humeante cocinado a fuego lento (Texas ha dejado su impronta, claro es), sin mayores pirotecnias. Pero la carne se desprende sola. Hay por ahí una entrevista en la que le preguntan si alguna vez quiso hacer otra cosa que no fuera música. Respuesta: «Sí, pero no puedo». Eso ya es algo a tener en cuenta. Después le preguntan si es más creativo cuando está feliz o cuando está triste. Respuesta: «Siempre estoy triste». Y con la que está cayendo, no es para menos. Pero por ese hueco, por esa herida, se respira.