MARGO CILKER

Pohorylle

(Loose Music, 2021)

Veintiocho años de devaneos y correrías por California (donde creció), por el este de Oregón, el sur de Estados Unidos y el País Vasco (donde llegaría a formar una banda tributo a Lucinda Williams) confluyen en las nueve canciones de este sorprendente y exquisito debut de Margo Cilker. Ella ha vivido en la carretera durante mucho tiempo, por lo que sabe muy bien lo que es la inseguridad, la imprevisión, el misterio, la sensación permanente de falta de dirección y esa «bondad de los extraños» de la que hablaba Blanche Dubois, el maravilloso personaje creado por Tennessee Williams en Un tranvía llamado deseo; sabe muy bien lo que es ser una mujer dividida por los lugares que transita, destinada a perder progresivamente a la gente que quiere, allá donde enraíza, antes de desprenderse, sacudirse la tierra y seguir adelante. Ahora lleva un tiempo parada en Enterprise, Oregón, su refugio de invierno entre giras, donde la gente cría ganado y se cae de los caballos («Broken Arm in Oregon», el tercer corte de este álbum, habla de su propia experiencia en esa especialidad autóctona) y existe una increíble escena musical. Vive en compañía de su marido y de una entrevista a Steve Earle que tiene colgada en la pared (cada cual con su credo y su crucifijo). Los del country parece ser que se enfadan si dice que su música es country, y también si dice que no lo es. Tontos, como decía el maestro de Iria Flavia, ya tenemos todos los que caben: «colegiados, agremiados y sindicados». Hasta da penica, así, en diminutivo, «ver con qué seriedad se aplican a su gilipollez» (aún citando al maestro, que lo decía siempre todo tan bien). A Margo Cilker le resultan graciosas todas esas estériles disquisiciones entomológicas. Ella no se pone límites, se considera una cantante folk del Oeste, y punto. Cita al folk rock de los setenta como influencia, Cat Stevens, la Creedence y Fleetwood Mac. Aunque pertenece ya a una generación que cita el hecho de haber visto a Jason Isbell en el Handlebar de Greenville (allá por 2012, antes de que cerrara) como un momento de inflexión en su carrera; y también a los grandes héroes del renacimiento de la música de raíces, gente como los componentes de Old Crow Medicine Show y Gilliam Welch (en efecto, amigo, nos hemos hecho viejos de la noche a la mañana). Pero, sobre todo, confiesa el peso que tienen en su música los grandes escritores del oeste, con Pam Houston a la cabeza (si encontráis por ahí Los cowboys son mi debilidad, ni lo dudéis, haceos con él, lo publicó Tusquets allá por 1994 en la colección Andanzas, cuando aún editaban cosas interesantes). Para ella el elemento narrativo en las canciones es crucial. Y por ahí, he de confesar, es por donde me ha atrapado (yo soy así, señora). Y también porque ha sido por aquí, concretamente en el País Vasco, donde ella confiesa que se ha galvanizado su identidad como cantante. Asegura no haber encontrado una pasión igual por la música estadounidense en ningún otro lugar. Hablar de discos de música country y de The Band estableció un vínculo muy íntimo con los indígenas (la música siempre ha tenido ese efecto de hermanamiento, así como de todo lo contrario, lo mismo genera odios bereberes que amores indestructibles, casi en la misma proporción, esto es así y no hay vuelta de hoja). Buena parte de su EP California Dogwood se fraguó aquí. Y la canción que abre Pohorylle, «The River», la compuso al regresar de otro viaje por estas latitudes. «Siempre vuelvo a España», afirma ella rotundamente, entre risas. Ha hecho amigos y considera que ya ha forjado una familia (adoptada). Pohorylle, el nombre que titula el disco, por cierto, es el nombre de soltera de Gerda Taro, activista y fotógrafa de guerra que murió con veintiséis años en el frente, en El Escorial, cubriendo la Guerra Civil española (la mitad femenina que ocultaba el seudónimo Robert Capa). Una persona extraordinaria y con una vida increíble. Margo oyó hablar de ella por primera vez durante una de sus estancias en el País Vasco. «Mis luchas empalidecen en comparación con las de ella». También se declara fan incondicional de las feministas radicales vascas. Hasta ha marchado con ellas en Bilbao. Así que, como comprenderás, querida, con todo lo dicho, ¿cómo demonios vamos a olvidarnos de ti cuando volvamos a Tehachapi? Estaría bueno.