BEN BEDFORD

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Portraits

(Cavalier Recordings, 2020)

En julio de 2010, Rich Warren, de la WFMT de Chicago, incluyó a Ben Bedford en la lista de los «50 cantautores de folk más significativos de los últimos 50 años», junto a gente como Bob Dylan, Townes Van Zandt, Anais Mitchell, Joni Mitchell, Gordon Lightfoot y John Prine, entre otras bestias. Bedford siente una inmensa admiración por toda esa fauna y considera, sin duda, un gran honor verse incluido entre tales eminencias, recogiendo la carga que en su día dejara Woody Guthrie junto a las vías de aquel tren destinado a descarrilarse en la gloria, en el Centro Psiquiátrico de Creedmore, en el barrio de Queens, sucumbiendo a la puta enfermedad de Huntington… Esos son, sin duda, algunos de sus iconos musicales y a esa misma tradición se adscribe de lo más gustoso pero, como auténtico hijo del terruño que es, tampoco duda en sumergirse en el hondo tintero de la literatura estadounidense y, a la hora de perpetrar las letras de sus canciones, lo hace recurriendo al «viejo espíritu» de sus dos grandes ídolos literarios: John Steinbeck y Toni Morrison. Sus canciones, en efecto, ofrecen bosquejos fascinantes, conmovedores y nada sentimentales, de la historia de su país, sus individuos, sus victorias y sus luchas, el pasado y el presente, los vivos y los muertos: la situación de la esposa de un soldado confederado durante la Guerra de Secesión, los triunfos aéreos de Amelia Earhart, la vida de Jack London, el asesinato de Emmett Till en 1955 e incluso el enfrentamiento entre miembros del AIM (American Indian Movement) y los agentes federales en la reserva de Pine Ridge, allá por 1973… todo eso cabe en su imaginario, como también Juan el Bautista, el poeta Vachel Lindsay, su gato Darwin (su público cautivo, el primero en escuchar siempre sus composiciones) y la brisa que sopla en las verdes y doradas praderas del centro de Illinois, al oeste de Springfield, donde tiene su pequeña granja («The Hermitage», «La Ermita»). Esa misma «brisa» que Bedford, desde la breve nota que acompaña al disco que nos ocupa, espera que podamos llegar a sentir acariciando nuestros cabellos. Pues bien, en el embriagador y gozoso Portraits, pensado para los aficionados de este lado del charco, donde sus inicios, salvo para quienes tuvieron la inmensa fortuna de verle actuar en sitios como el Green Note de Londres (el templo de Camden Town en el que conocimos, hace ya ni se sabe, al gran Malcolm Holcombe), permanecen un poco en las sombras, Bedford recoge y reinterpreta canciones de sus tres primeros álbumes, material escrito entre 2005 y 2012, antes de que sus canciones se volvieran más impresionistas, menos narrativas, temas en los que la voz y la guitarra (magnífica dicción de impecable barítono y punteo exquisito, nada de rasgueos de cantautor cansino) tienen preeminencia, aunque con asomos sutiles de banjo, dobro, violonchelo, slide, pedal, etc… Un disco perfecto para quienes aún no lo conocen y una experiencia del todo embriagante y satisfactoria para los que le seguimos la pista desde hace unos años. Un tipo de escritura en el que él mismo señala dos claros referentes: «La trilogía del Ferrocarril Canadiense» y «El naufragio del Edmund Fitzgerald» del inmenso Gordon Lightfoot y, sobre todo la forma de componer de Richard Shindell («Arrowhead», «Reunion Hill»), el verdadero catalizador de sus canciones históricas. Ahí es nada.