Somewhere In Time
(Yep Roc Records, 2010)
Amanecíamos ayer con la triste noticia de que el legendario Pinto Bennett, «el Alcalde de Ciudad Miserable», «el Kerouac Vaquero», «el Faron Young Psicodélico», había entregado la herramienta. He de reconocer que lo conocí tarde, gracias a este disco de los hermanos Braun. Luego hice cálculos. Había coincido en tres ocasiones con Baxter Black en Elko, en el National Cowboy Poetry Gathering, otra auténtica leyenda vaquera junto a la que Pinto había escrito varias canciones (sin ir más lejos el octavo corte de este álbum, «Idaho Cowboy»). Unos años más tarde, los propios Braun participarían en el encuentro anual de Elko, un año en el que yo no fui (no he vuelto), nada menos que con Mike Beck abriendo el concierto, otro buen amigo de aquellos años en los que fatigamos todos los bares y moteles de Nevada que nos salieron al encuentro, en busca de la figura mítica del «vaquero norteamericano». Bueno, pues en uno de aquellos bares (en realidad en un casino) conocí a una chica de Idaho que a los pocos días me secuestraría y me enseñaría las montañas de Utah. Poco me faltó para irme con ella a Boise (se estaba construyendo una cabaña en el bosque y no le daban miedo los osos –hablo de mucho antes de que la moda de lo salvaje cuajara lastimosamente entre los hipsters–). Ella, de risas en un motel bastante costroso de Salt Lake City, me habló por primera vez de los Famous Motel Cowboys, un nombre que me encantó y que se me quedó grabado desde entonces. Había una vieja canción de los Reckless Kelly (del glorioso álbum Wicked Twisted Road de 2005) que hablaba de cierto mítico honky-tonk en el que se celebraba el Motel Cowboy Show. Aparcabas la camioneta bajo el neón de cerveza, cruzabas sus puertas oscilantes de viejo «saloon» y entrabas con tu chica a beber y a bailar toda la noche. Caería más tarde en que los Famous Motel Cowboys de los que me habló entonces la chica de Idaho (demasiado desnuda para que le prestara la debida atención) era la banda que lideraba el gran Pinto Bennett, al que los Reckless Kelly, los fantásticos hermanos Braun, dedicaron en 2010 este disco que hoy rescato lleno de pena y nostalgia. Años más tarde, otra chica de Idaho, Eileen Jewell, también señalaría a Pinto Bennett como una de sus máximas referencias. El viejo Bennett tocaba todos los sábados en un garito de mala muerte al que a ella siempre le había dado cosa entrar. Uno de esos «palacios» sin ventanas, vibrantes y de olor fuerte, el tipo de lugar que te hace pensar: «Como entre ahí, la aguja rayará el disco y todo el mundo se me quedará mirando». El caso es que un día venció su miedo y se atrevió a entrar incitada por un amigo que tocaba la batería en la banda de Bennett. Desde aquel día ha vuelto todas las semanas. Los Braun también lo citan siempre como un referente crucial. Lo suyo mucho más de andar por casa, y nunca mejor dicho. La anécdota que cuenta Cody Braun de cómo lo conoció es muy parecida a la de Johnny Cash, cuando de crío se cruzó por primera vez con los Louvin Brothers. Cody no tendría más de seis o siete años. Pinto Bennett entró en el sendero de acceso a su casa con una vieja y destartalada camioneta de los años setenta que, sin duda, había conocido tiempos mejores, cargada hasta los topes con las guitarras y los amplis de los Famous Motel Cowboys. Asombro, algo de miedo y cierto grado de incertidumbre, cuando de pronto salieron todos en volandas del vehículo y entraron en su jardín como Pedro por su casa. Eran los hombres de aspecto más rudo que había visto en su vida. Mezcla de cowboys y moteros. Se notaba que llevaban toda la noche en la carretera. Pinto fue directo a darle un poderoso abrazo a su madre y un beso en la boca a su padre, «el sopetón de Pinto», como lo llamarían luego. Para su sorpresa se pasaron toda la tarde bebiendo y fumando con sus padres, relajándose entre amigos. Su madre preparó la cena, luego se volvieron a meter en la camioneta y desaparecieron envueltos en una nube de polvo. Así fue como, por fin, los hermanos Braun pudieron ponerle cara a la música que llevaba sonando en casa desde que tenían uso de memoria. Desde entonces fueron muchas noches en caravanas, viajando por todo el país en familia, yendo a los conciertos tanto de los Famous Motel Cowboys como de Tarwater (la otra banda de Pinto), compartiendo en ocasiones escenario con gente de la talla de Willie Nelson y Waylon Jennings. Y cuando el niño Cody creció y empezó a tocar con sus hermanos, por fin entendió de qué iban las canciones del «Tío» Pinto, el mejor amigo de su padre. La grandeza de sus letras. Historias verdaderas sobre «our guy», «nuestro tipo», el personaje que, de alguna manera protagoniza todas sus composiciones. Clase obrera, currantes, hombres y mujeres de escasa fortuna. Dice Cody que sus canciones habrían hecho que Townes Van Zandt hubiese deseado pasarse una buena temporada en Idaho. Auténtica música americana, en su mejor expresión. Y con este Somewhere in Time que hoy reseñamos, los Reckless Kelly, ya en lo más alto de su carrera, dos años después del contundente Bulletproof, quisieron homenajear en el 2010 al gran Pinto Bennett con un disco compuesto exclusivamente de temas suyos. Un proyecto largamente acariciado para subrayar el magisterio del hombre y la banda (Pinto Bennett & The Famous Motel Cowboys) que les enseñó a ser sinceros con la música que hacían y con ellos mismos. Participaron en el disco Joe Ely, Micky Braun (de los Motorcars), Lloyd Maines y Mickey Raphael. Todo impecable. Y, bueno, para terminar ya solo me queda añadir que oyendo «Bird on a Wire» en bucle (nada que ver con el tema de Leonard Cohen) desde que me enteré ayer de la muerte del legendario cowboy de Mountain Home, no he podido evitar acordarme de la chica de Idaho (de la primera, la del casino y el motel, no de la Jewell, que también). Me pregunto si al final lograría acabar la cabaña de troncos que se estaba construyendo en el bosque. ¿Cómo irá su particular relación con los osos? Lo mismo su falta de noticias después de aquel último email tenga algo que ver con ellos… Y, claro, ahora no puedo evitar pensar, entre nostalgia y alivio (más de lo segundo, creo), lo cerca que estuve una vez, entre unos y otros, de convertirme en un (no tan famoso) Cowboy de Motel. Hoy, seguramente, tocaría mejor el dobro. Cruces y desvíos del camino. Qué le vamos a hacer.