GRAHAM SHARP

Truer Picture

(Yep Roc Records, 2021)

Su apellido se ha prestado no pocas veces a servir de pretexto, a obrar a modo de socorrida justificación, «ahí viene Graham el Afilado», «más afilado que una tachuela». El propio nombre lo atestigua. En Graham no hay nada romo y, como muy bien afirmó en su día Jen Hughes para Bluegrass Today: «Graham revienta los rolls, los patrones de ocho notas del banjo, entona además un barítono audaz y toca la armónica con la fuerza de un huracán». No en vano, lo del bluegrass y el banjo, por mucho que la cosa surgiera muy cerquita de Asheville, en Brevard, Carolina del Norte, en la entrada al Bosque Nacional de Pisgah, en el mismísimo corazón de los Apalaches, no le viene a este galgo, en principio, de casta ni de tradición montañosa. La afición le sacude desde otros, mucho más imprevistos, canales. En este caso, la culpa ha de achacarse a los Grateful Dead que es, básicamente, lo que más escucha y fatiga Graham durante sus años de instituto. El banjo lo descubre a través de Jerry Garcia. Es a partir de ese momento cuando el estudiante melenudo comienza a indagar en la música tradicional de su terruño y a escuchar a gente como Norman Blake y otros grandes del bluegrass contemporáneo. Eso le lleva a cortarse el pelo, a empeñar el saxofón que toca en la banda de jazz del instituto y a comprarse un banjo que aprende a tocar sin ayuda de nadie durante la convalecencia de una aparatosa operación (que le obliga a abandonar el fútbol; bendita intervención si se me permite el inciso, y si no también). Luego, ya en la universidad de Chapel Hill, conoce a Woody Platt y a Charles R. Humphrey y en el año 2000 forman los Steep Canyon Rangers. Dice Graham que en el campus, donde nadie oye esa música paleta que ellos habitan porque son todos muy listos y muy modernos y muy jóvenes y muy aseados, se sienten desde el principio como la única banda de bluegrass en diez mil millas a la redonda, pese a estar ubicados en Asheville, lugar de residencia de las mejores bandas de bluegrass del planeta… pero ellos, por fortuna, erre que erre y a lo suyo. Nueve años después (con seis álbumes a sus espaldas y mucho Festival) se hacen mundialmente famosos (entre los aficionados, claro) por su colaboración con Steve Martin (que los lleva a actuar en los platós de los más importantes Late Shows del país), ya fichados por Rounder Records, con el que graban el maravilloso disco Rare Bird Alert (en el que también colaboran Paul McCartney y las Dixie Chicks). Ahora, con este inesperado Truer Picture, su reciente debut en solitario, Graham, tras veinte años de zapatear escenarios y coleccionar galardones con los Steep Canyon Rangers, se despoja de la indumentaria del grupo y, sin la fanfarria y los aditamentos del bluegrass, graba un disco extremadamente personal, más reflexivo y más centrado en la melodía y las letras. Una producción poco menos que famélica, descarnada, ya me dirás tú, no más que dos hombres (Graham Sharp y Seth Kauffman) metidos en un estudio de Carrboro, Carolina del Norte, «el París del Piedmont», y tocándolo todo (salvo el pedal steele, para el que recurren a Matt Smith, y la voz de David Hartley, bajista de The War on Drugs, que se une a los coros en la canción «Deeper Family»). Woody Platt, el otro vocalista principal, junto a Graham, de los Steep Canyon Rangers, ha dicho que este disco es como un café de domingo por la mañana en compañía de Don Williams, un viaje nocturno en el autobús de gira de Terry Allen o una tarde mano a mano, pescando en el río, con John Harford (lo de pescando en el río es ya cosa mía, pero lo he visto claro y me he tomado la libertad de alterar y precisar la cita, vayan por delante mis disculpas). Lo que no es flaco piropo, porque vaya tres malas bestias. Bestiario al que yo añadiría un cuarto portento, el inmenso John Prine, cuyo fantasma parece haber poseído a Graham el Afilado en el cuarto corte, «North Star», una canción que hace gala de la misma sencillez instrumental y la misma genialidad lírica del grandísimo e inmortal cartero de Chicago. En definitiva, una pequeña delicatessen, sin mayores pretensiones (un disco muy de estos tiempos indigentes que estamos viviendo, en los que solo están siguiendo los que no vivían del cuento, la precariedad ha de tener su lado bueno), que sería una pena que pasara desapercibida.