Hopeless Romantic
(Must Have Music, 2022)
En esta santa (es un decir) casa, y lo sabe cualquiera que haya venido a comulgar con mi cerveza, lo que diga Mary Gauthier va a misa. Y ya que hemos empezado recurriendo a la semántica de la liturgia y los oficios divinos (y cualquiera de los susodichos comulgantes sabe que en esta casa la música se profesa como tal), aprovecho, antes de entrar en materia, para decir que, si hay algún músico en la sala, ya está tardando en hacerse con el evangelio, más que un simple misal, que publicó Mary Gauthier en julio de 2021, Saved By a Song. The Art and Healing Power of Songwriting (St. Martin's Press), por si van y lo leen y les presta algo; y no es porque lo diga yo, que no ejerzo (aunque hubiese querido), es que lo han dicho también, entre otros, Robert Plant, Emmylou Harris y Brandi Carlile, gente de la que no se puede decir que de la misa solo se sepa la media (como muy bien podría ser mi caso: el de alguien para quien la música siempre fue una amante fría y esquiva). Y es que de otras cosas, de vivir, de caer, de reincidir, podrá saber más o menos, pero de lo que es una buena canción, un buen bisturí, un buen puñetazo, Mary Gauthier sabe latín (y yo diría incluso que hasta esperanto, si me apuran). Por eso, cuando en el Americana Music Festival de 2015 (no estuvimos allí, pero nos lo contaron), invitó a aquella joven canadiense desconocida, Bobby Dove, a subirse al escenario a cantar su canción «Too Late To Go Home», estaba claro que con aquel ofertorio, con aquella imposición de manos, no estaba predicando en el desierto ni estaba señalando a un falso profeta. La prueba está en que ese mismo tema se incluiría un año después para cerrar, a solas con la acústica, su primer álbum, Thunderchild (hay un EP anterior con siete canciones, Dovetales, 2013), grabado en Peterborough, Ontario, nada menos que en el estudio de James McKenty (productor de Blue Rodeo y Gordon Lightfoot). Gauthier dio, en efecto, una vez más, en el clavo. Este nuevo disco que hoy reseñamos es la prueba definitiva: Hopeless Romantic. Nacida y criada en Montreal, en el mismo barrio de Leonard Cohen, desde renacuajilla empezó a escribir canciones acompañada de una guitarra acústica y del piano. Su adolescencia fue muy cowpunk, cuestión de fatigar bares locales y micrófonos abiertos, aunque desde que los descubriera con veinticinco años (y no precisamente en un porche de Alabama: Bobby Dove no le ve la gracia ni la utilidad a disfrazarse de sureña, como hacen tantos) ya nunca dejará de escuchar a sus ídolos: George Jones y Dolly Parton. La cosa empezó a cuajar en el legendario Wheel Club, donde daría con su mentor y alma gemela musical, el inmenso Bobby Hill (aparte de músico e historiador, desde los años cincuenta del pasado siglo, uno de los primeros DJs de música country de Canadá). Desde entonces, no ha parado de oficiar, se ha rodeado de músicos de primer orden (este «Romántica Empedernida» se lo han producido Bazil Donovan, de los Blue Rodeo, y Tim Vesely, de los Rheostatics, y cuenta con músicos abducidos tanto de los propios Blue Rodeo, como de los Sheepdogs y de la banda de Kathleen Edwards), y ha compartido escenarios con gente como Richard Thompson, The Sadies, Justin Townes Earle y JD McPherson. Por ahora, su tour manager es su gato, practica kárate (ella, y, bueno, puede que su gato también) y cuando le sacan a colación el country clásico y el honky tonk, que ella ama hasta las trancas, suele decir que se siente más vinculada a otra dimensión, que eso está ahí, desde luego, que lo lleva en la sangre (hay un tema, glorioso, «Early Morning Funeral», que es puro John Prine) pero que, definitivamente, ella es más de Daniel Romano que de Dwight Yoakam. Lo que está claro es que es puro carisma. En Country Queer, Denver-Rose Harmon lo expresó muy bien al hablar de la canción que da título al disco: se emocionó al dar con una música actual que su padre podría escuchar y disfrutar, sin reparar en prejuicios ni discursos de odio. La música de Bobby Dove, dice por otro lado Kaelen Bell, es fácil: fácil de escuchar y fácil de amar, del mismo modo que resulta muy fácil llorar con ella al escucharla. «Sus letras dicen lo que siente y te hacen sentir lo que dice». Algo, que cualquiera que haya leído el libro de Mary Gauthier, mentado unas líneas más arriba, sabrá que es la única clave para dedicarse a esto: honestidad y sentimiento. No otra cosa, tan sencilla y a la vez tan complicada, que lo que apuntaba la célebre y tan manida definición que hiciera en su día Harlan Howard de la música country, esto es, por si hay algún neófito o catecúmeno en la sala: «tres acordes y la verdad». Así que Amén (o amen) y vayan en paz.