Once I Dreamed of Christmas
(Benchmark Records, 2003)
Los turrones ya están casi caducados en algunas tiendas, pues la Navidad viene anunciándose desde poco menos que septiembre, cada vez irrumpe antes (que a nadie le extrañe que, en dos o tres años, nos veamos comiendo «el turrón de las Navidades Pasadas», mano a mano con el señor Scrooge), pero no se puede decir que las Navidades quedan inauguradas oficialmente hasta que el sempiterno nostálgico de turno (ya cincuentón, como si lo viera) nos da una vez más la tabarra colgando en redes el vídeo del «Fairytale of New York» de los Pogues, con Kirsty MacColl, que es como el Qué bello es vivir de Frank Capra que seguro que estarán también a punto de emitir por enésima vez en cualquiera de los «57 canales y nada que ver», es un decir, de cuando Springsteen no iba de crooner de crucero que va de cabeza a descalabrarse con el iceberg (que alguien lo pare, a Springsteen, digo, el iceberg que siga a su aire). La industria se ha ido a la mierda y esto ya nadie lo remedia (ni falta que hace, está visto), pero aun así hay costumbres que no se van ni con estropajo de aluminio. Hablo ahora de la vieja tradición discográfica de sacar un truño sobreproducido y ultraorquestado, con bien de almíbar y de horteridad u horterismo (que viene a ser lo mismo y, además, me rima), de sus más grandes artistas, disfrazados como mamarrachos para la ocasión. Con una industria boyante y de muy buen año, oronda y pantagruélica (como uno de esos ricachones que dibujaba George Grosz), la cosa, si no disculpable, era al menos comprensible. Es el mercado, amigo (la coma aquí es de rigor). Lo extraño, lindando con lo criminal, es que a estas alturas del estropicio, haya artistas que se sigan plegando a tan grotesca costumbre. Lucinda Williams, sin ir más lejos. Lo que nos hace pensar que o bien el artista anda de capa caída, o bien ha tenido un nieto/a hace nada. Luego vienen los lamentos. Normal que en Navidades remonten los rankings de depresiones y suicidios. Pero que no se me entienda mal: las Navidades me gustan y puede que, precisamente, me gusten por todo este desbarajuste de lo kitsch. Una Navidad sin mal gusto, sin villancicos de Elvis, Calexico o Bob Dylan (brrrrr), sin vagabundos ateridos de frío, tiendas abarrotadas, familiares borrachos y jerséis de renos y pinos, no sería lo mismo. Necesitamos acabar el año sintiéndonos un poco gilipollas (hablo como especie), porque en algo habrá que ser irreductible, siquiera en eso, persistentes en la gilipollez, a ultranza, para que a fin de año ya no quede otra que remontar, dado que caer más bajo es imposible. Pero aquí he venido hoy a hablar de un disco que es todo lo contrario. De un antídoto. De un disco de Navidad, sí. Más bien de ContraNavidad. De mi disco navideño favorito. Sin alharacas, orquestas, ni falsas alegrías. Otis Gibbs a la guitarra y Jon Martin a la mandolina y el dobro. Punto. Ya en los créditos se avisa al posible despistado: «underproduce by…». Aquí no hay presupuesto más que para darle al record y parar al mediodía para comerse un bocadillo (traído de casa). Puro neorrealismo. La ilustración de cubierta (de Chris Francis) también previene al distraído. Frío, currantes y vagabundos. No en vano, entre las composiciones de Gibbs, se cuela «1913 Massacre» de Woody Guthrie (¡tomad villancico, hijos de puta!). Ni Tin Pan Alley, ni turrón del blando. No hay escapismo, nada de breve paréntesis de anestesia local para cuatro o cinco días de poner buena cara y retener el instinto asesino. Todo lo contrario, ya digo. En «Lloyd the Reindeer», la canción con que se abre el disco, un antiguo marino mercante que trabaja de segurata en un chiringuito de playa se ve involucrado en una pelea a navajazo limpio con un Papá Noel borracho. Todas las canciones se sitúan en esos márgenes, sin perder nunca el humor, por supuesto, porque lo nuestro, lo de ser humanos, la verdad, se mire por donde se mire, es más bien para reírse. Padres en paro, madres solteras deslomándose en dos curros… Un cine casi documental, en efecto, de compromiso social. Nada de happy endings al estilo Hollywood. Austero. Sin decorados. Con un estilo fotográfico bastante tosco. Woody Guthrie, ya lo hemos dicho, pero incluso mucho más Luchino Visconti, Roberto Rossellini y Vittorio De Sica. La tierra tiembla, Roma, ciudad abierta, Umberto D. Un disco navideño imperecedero y nada circunstancial, que lo mismo se puede escuchar en diciembre que en julio. Te va a doler y a emocionar lo mismo. Feliz Navidad, amigos.