BLACK JOE LEWIS

Electric Slave

(Vagrant Records, 2013)

Esta música mata hípsters (y los mata bien muertos, es música insecticida de eficacia probada). Y da gusto oírla, porque da gusto ver cómo languidece y la espicha poco a poco toda esa bichería impertinente. Da gusto ver cómo se ahoga. Esto es así. Que vuelvan a su bricolaje, a sus raros hábitos alimenticios, a su ropa de mercadillo y a su rock indie y alternativo. Que se ahorquen con sus bufandas de lana gruesa en los armarios expoliados de sus pobres abuelas (que no lo vieron venir). Que se inyecten alcanfor en las venas. Vuestras barbas y vuestros tatuajes no engañan a nadie, sois feos, siempre lo fuisteis. Este disco, Electric Slave, el cuarto del inmenso Black Joe Lewis (contando el EP con el que debutó, en el que se incluía aquel contundente «Bitch, I Love You»), el primero tras su marcha de Lost Highway Records, el más bestia hasta entonces, es su Trópico de Cáncer, y lo que decía Henry Miller a propósito de su libro al comienzo del primer capítulo, vale también para este disco. Basta cambiar «libro» por «disco» para que la cosa quede así: «Esto no es un disco. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un disco en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del arte, una patada en el culo a Dios, al hombre, al destino, al tiempo, al amor a la belleza… a lo que os parezca. Voy a cantar para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero voy a cantar. Cantaré mientras la diñáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver…». Lo dice un hombre que se lo ha currado de lo lindo, un hombre que se dejó la piel trabajando en una tienda de empeños de Austin (él es de Tucson, Arizona), donde cogió por primera vez una guitarra, antes de sumergirse en la escena blues y garajera de Red River, grabando y actuando con gente como los Weary Boys y Walter Daniel, hasta lograr grabar su primer disco. Alguien que no lo tuvo fácil. El vio venir la invasión hípster, como en una película apocalíptica de zombis veganos y perfumados. Después de dos años tocando en vivo y reorganizando su banda, se pusieron manos a la obra para perpetrar este «esclavo eléctrico». Un nuevo comienzo, esta vez sin los Honeybears (que volverían luego, en una nueva encarnación) y con él solo de guitarrista. La intención, con cambio de productor incluido (tras el Jim Eno de los dos álbumes anteriores, ahora con Stuart Sikes, productor de los White Stripes y de Cat Power, entre otros), fue la de sonar lo más parecido a como suenan en vivo. Esa explosión. Esa marabunta. Esa estampida de bisontes. En el corte 6, «Come To My Party», Black Joe Lewis nos invita a su fiesta y el que no sale perjudicado de esa canción, de esa sacudida, sudoroso y mareado, puede que con escozores en lugares donde está feo que escueza, es que no está vivo (o lo mismo es que le ha mordido un hípster, que a veces se cuelan, y va ya camino de muerto en vida). Soul, R&B y blues, todo muy clásico, con su pelotón de fusilamiento de poderosos metales en la retaguardia, aliñado con una buena dosis de rock 'n' roll a toda pastilla. Energía punk y explosión garajera para acabar con el postureo y la ñoñez de los modernos. El tema 9, «The Hipster», define y señala (y aniquila) al enemigo. «Eres un artista luchador», esputa con ironía, «quieres mudarte al gueto […] quieres encajar con las minorías, no quieres un trabajo, pero es que tampoco lo necesitas, porque tus cuentas están cubiertas, te las paga tu papá […]». Habla de esos especímenes que lo compran todo en las tiendas de baratillo del Ejército de Salvación, porque así sus amigos podrán llamarlos zombis, que es un grado de lo hípster… «FUCK THAT SHIT», concluye la canción, «FUCK THAT SHIT». Black Joe Lewis llama a las cosas por su nombre y no se calla la boca. Es uno de los nuestros. En Blacklash, su quinto LP, canta y propugna sin tapujos el «PTP», el «Power to the Pussy», en algo así como una versión garajera del sonido Stax. Está ahí con quien hay que estar. Y ahora anda leyendo mucho a los rusos (un músico que lee, no es tontería, la cosa tampoco es que abunde). En época Trump se ve que le dio fuerte con Maxim Gorky. «Ahora estoy con una novela que trata de un tipo rico y mimado, la versión rusa de Pozos de ambición. El chaval crece y es un gilipollas». «¿Como Trump?», le pregunta el entrevistador. Él se ríe. «Más o menos. Sí». Qué tío. Lo que habría dado por verlo en directo en la Sala Sol (por ejemplo), disparando el fusilazo de «The Hipster» en la época en la que los susodichos empezaron a frecuentar nuestros viejos palacios son sus cuadernitos y sus dioptrías. «Fuck that Shit», o lo que es lo mismo, «a tomar por culo ya, hombre». Y lo bien que sienta esta música, oiga.