Reconozco que he visto la serie de Dopesick de puro milagro. Según mis baremos, la cosa no apuntaba bien.
Ver que la pasaban en Disney+ y que la estética de los carteles publicitarios que durante unos días adornaban los laterales de los autobuses de Córdoba me recordaba a series como Doctor House o Anatomía de Grey, me tiraban para atrás.
Joder, pensaba, qué mal está la cosa para que actores como Michael Keaton o Rosario Dawson se tengan que poner a hacer mierdas de esas de médicos.
Gran error el mío. Dopesick ni por asomo se parece a esos peñazos de series.
Dura, sin concesiones a la galería y de una crudeza que recuerda a las películas sociales de los años 70.
Oxycontin, el remedio para cualquier dolor, con receta médica, todo legal, que según la farmacéutica Purme Pharma, la que lo creó, no producía adicción, pero no veas la peña enganchada y las muertes que ha dejado a su paso durante más de dos décadas hasta llegar a nuestros días.
Opio en pastilla al alcance de cualquiera.
En mis años mozos también había pastillas con receta para colocarse, aunque la cosa iba más por la velocidad que por quedarse atontado.
Centraminas, Dexedrinas y otras cuyo nombre no recuerdo, pero sí que acababan en «-ina», eran lo que se zampaba la gente que no tenía dinero para la reina Cocaína.
Nunca me fue mucho ese rollo.
Lo que sí recuerdo es que un día, junto con los colegas de aquel entonces, después de que nos echaran del último garito que quedaba abierto en Barcelona, nos acoplamos en un banco del parque más cercano a ver para dónde tirar mientras amanecía.
Unos que ya para casa, otros que podíamos pillar unos litros de cerveza y quedarnos allí hasta caer rendidos...
Total, que una colega, de cuyo nombre me jode no acordarme, va y suelta que llevaba en el bolsillo unas pastillas que el médico le había recetado a su madre para adelgazar (pura anfeta). Que había pensado que nos las podíamos haber metido al principio de la noche, pero que se la había olvidado decírnoslo.
Alguien soltó: «Pues nos las tomamos ahora», y eso hicimos.
Se nos cortó a todos la borrachera de cuajo, decidimos ponernos en movimiento, colarnos en un tren para ir a una playa cercana que estuviera fuera de Barcelona, para que nadie nos molestara.
Allí nos bañamos en ropa interior o en pelotas, según las preferencias de cada cual, hablamos sin parar y acabamos quemados y deshidratados. Por la noche volvimos cada uno a su casa.
Nadie acabó enganchado a nada por las pastillas que nos zampamos ese día, que yo sepa.
En fin, la serie Dopesick, de ocho episodios, tiene todo lo que nos gusta a la familia Dirty, Apalaches, currantes que para no desfallecer y seguir en la brecha se toman lo que les dice el buen doctor, y corporaciones sin piedad apoyadas por un estado que adora al señor dólar por encima de la vida de la clase trabajadora.
Muy recomendable y necesaria, sin duda. No vayáis a cometer el error que casi comete un servidor y os la perdáis.