Young Man
(Thirty Tigers, 2022)
Zach Chance y Jonathan Clay crecieron juntos en Magnolia, una pequeña localidad tejana a las afueras de Houston (el censo de 2010 contaba mil trescientos noventa y tres habitantes, con una densidad de población de ciento ochenta y nueve personas por kilómetro cuadrado; pocas cosas que hacer, The Last Picture Show, de Larry McMurtry, un poco eso, un poco ese Texas en blanco y negro). Ya con quince años compusieron, mano a mano, su primera canción, y por eso suenan así cuando tocan en directo (al menos es lo que dicen quienes han tenido la suerte de verlos), como si llevaran tocando juntos toda la vida, que es exactamente lo que llevan haciendo toda la vida. Clay, no obstante, ya había grabado tres discos en solitario cuando decidieron juntarse y formar el dúo en 2010. Decidieron llamarse Jamestown Revival, en homenaje a uno de los primeros asentamientos de Estados Unidos y a la Creedence de Fogerty, con el concepto de dejar atrás lo viejo y empezar de nuevo. Su inspiración la encuentran en las novelas de gente como Louis L’Amour, historias de aventuras del Viejo Oeste. De la frontera y del espíritu pionero. Whisky, acampada y pesca. La tortuosa masculinidad norteamericana y los grandes espacios abiertos. Ir al río del Diablo (uno de los secretos mejor guardados de Texas) y bajar en kayak quince o veinte millas. Tres o cuatro días de apagar el teléfono, no pensar en música y pescar con mosca. La aventura y la experiencia. El bosque. Walt Whitman y John Muir, por supuesto. También citan a Willie Nelson y a John Prine («un narrador increíble, un tipo que es capaz de tomar las cosas más mundanas que te puedas imaginar y convertirlas en poesía. Es un verdadero arte, un arte que todavía estamos tratando de aprender»). Naturaleza y simplicidad. Education of a Wandering Man (La educación de un hombre errante), el libro de memorias de Louis L'Amour, es su libro de cabecera. En el fondo, salir a la caza de futuros recuerdos. Para ellos, la transición ha sido al final como pasar de jugar al baloncesto con un colega del instituto en una cancha del barrio o una canasta instalada en la pared del garaje, a volver a reunirse un día en la NBA. Entre ellos hay comodidad, no hay secretos. Se entienden muy bien en el terreno de juego. Se leen el pensamiento sin necesidad de mirarse. Es una máquina bien engrasada. Sus armonías rozan la perfección. Escriben las canciones, las cabalgan durante un tiempo en directo y solo entonces, cuando comienzan a sentirse cómodos con ellas, como unos vaqueros gastados, las llevan al estudio. Para este cuarto álbum, Young Man, han cedido la labor de producción a otro grande de Texas, Robert Ellis. Y al final les ha salido su disco más personal, más extremo. Han renunciado a las guitarras eléctricas (se conoce que fue idea de Ellis). Pura cuerda al aire. Hay una mirada al pasado, una autorreflexión sobre lo vivido, sobre lo dejado atrás, sobre el envejecimiento y las responsabilidades. Ya han renunciado a grabar en lugares oscuros, en cabañas perdidas en medio de la nada. Esta vez se han metido en el Niles City Sound, un estudio con todas las comodidades. Sin zopilotes ni alacranes. Muchos recuerdos de Texas, de sus bares favoritos, viejos botes de galletas y toda la nostalgia que encierran dentro, pero mirando siempre al futuro, cargando con el legado de los grandes maestros que les precedieron. Y todo ello de un modo radical, sin sonar forzado, como una música que siempre ha estado ahí, como los matojos rodantes, sonando en el desierto. Acústico hasta la médula. Casi una música de fuego de campamento desde el tema inicial, «Coyote», que huele a tasajo de cerdo con alubias, y a café negro (negro como el armario de Johnny Cash, como diría el bueno de Klosterman). Ahora andan trabajando en el libreto de un musical para el libro Rebeldes, de S.E. Hinton. Ha sido un giro inesperado en la carretera. Una tangente que nadie esperaba, ni siquiera ellos. Pero ahí está la clave de lo que siempre han hecho y pretenden seguir haciendo. Vivir sin privarse de las incógnitas. Vivir sin resolver. Llevar un buen cuchillo al cinto, por si acaso, nunca está de más, pero dejar en todo momento que las cosas entren y sucedan, dormir siempre con la puerta abierta.