Crooked Tree
(Nosecuch Records, 2022)
Ya harán pronto tres años desde que reseñamos por estos mismos pagos el When You're Ready de Molly Tuttle, absolutamente rendidos a sus pies por su modo de sacudir las apolilladas vestimentas del tradicionalismo más testicular y trasnochado. En estos tres años han pasado muchas cosas. Cosazas, incluso. Como pandemias y tornados. Ella llevaba una racha larga de no parar, de vivir en la carretera, de amoldarse al pálpito de los bolos, bolo tras bolo, como un sístole diástole que no le dejaba tiempo ni para pensar, y que le bombeaba la energía justa parar tocar y caer rendida luego, al final del día, antes de levantarse y seguir, sin mirar atrás, porque una no es joven toda la vida (tiene veintinueve años) y nunca se sabe cuánto va a durar la suerte, la fe o la alegría. Casi toda su vida adulta se la había pasado moviéndose de un lado a otro, de estado en estado, de ciudad en ciudad, como si su intención fuese ofrecer constantemente un blanco difícil, una diana móvil, vida de hoteles y de andar siempre de paso, entre camerinos y bambalinas, rodeada de gente efímera. La pandemia, ya decimos, y el tornado que destruyó buena parte de su amada ciudad natal (Nashville), con la devastadora cancelación de conciertos, el fantasma del paro y la obligación inesquivable de tener que frustrar, de cuajo, esa vida de movimiento perpetuo, más parecida a una huida, que es la vida en la carretera, la obligó a encerrarse en su casa, sumida en la incertidumbre. De repente, de la noche a la mañana, se vio extirpada de sus amigos músicos, con quienes la fricción de vivir se hacía más llevadera, al final más cómplices que otra cosa, sola con su guitarra en una habitación cerrada después de tanta velocidad y tanto paisaje rodante, como una astronauta o un buzo con el síndrome de descompresión, boqueando en la arena de la orilla. De ahí salió el disco anterior al que hoy reseñamos, y también, de alguna manera, germinó este. En el susodicho, Molly Tuttle …but I'd rather be with you (el título lo dice todo: «estoy sola, pero preferiría estar contigo»), Molly regresaba a las canciones que habían sido importantes en su vida, las canciones que la habían hecho ser lo que era. Un intento, en la deprimente soledad de la cuarentena, de recordarse a sí misma, por qué amaba la música, por qué amaba lo que hacía, por qué seguía teniendo sentido hacer lo que hacía. Así es que, mientras otros lloraban o hacían directos infectos desde sus salones, ella se descargó el Pro Tools, se hizo con un equipo básico de grabación y junto a otros músicos amigos, mandándose archivos de audio entre California y Nashville, compuso un fantástico álbum de versiones. Una especie de decálogo en el que Molly nos revela los hitos de su educación sentimental (la versión del «Olympia, WA» de Rancid, por citar solo una, te cura durante cuatro minutos y veintidós segundos de cualquier dolencia que puedas padecer). Y de esa forzosa introspección, de ese parón impuesto y aquel encierro, debió surgir también el germen de este felicísimo Crooked Tree, un disco de vuelta al pasado y de reunión jubilosa con los amigos (no solo con los componentes de la banda creada para la ocasión bajo el nombre de los Golden Highway, sino también con las golosísimas colaboraciones de titanes como Margo Price, Billy Strings, los Old Crow Medicine Show –Keth Secor es coautor de ocho de los trece temas del disco–, Sierra Hull, Dan Tyminski y Gillian Welch), después de la lacerante separación de la pandemia. Un álbum en el que vuelve a sus orígenes más puros, la música de su padre y de su abuelo, la vieja religión del bluegrass, y nos brinda el que, sin duda, es su mejor álbum, y el más personal, hasta la fecha. Historias de espíritus libres y forajidos, granjeras y vaqueras, mujeres indomables, herencia tradicional, sí, pero con la alegría y el trote vanguardista de un nuevo y rabioso contenido lírico, himnos de resistencia y de celebración de la feminidad (como en el fantástico tema que canta con Gillian Welch, «Side Saddle»: «se trata de ser una vaquera, pero también de cómo me siento a veces por ser una mujer guitarrista que lo único que quiere es ser tomada en serio por lo que hace, en lugar de tener que soportar permanentemente esa atención extra por ser la única mujer de la habitación»), adaptado sin fisuras a los tiempos que corren, pese a quien pese (que los habrá, seguro, viejos y no tan viejos), y coproducido, mano a mano, con el inmenso Jerry Douglas, leyenda del bluegrass. Un álbum que es pura felicidad y gozo. La felicidad y el gozo de seguir aquí, rodeada de amigos y buenos recuerdos, de nuevo en la carretera, espontánea y directa, con voluntad de tropezar, reír, llorar, sangrar y no rendirse, borrando los estragos de la oscuridad y el encierro (el pandémico y el mental, porque, y no hay más que salir a la calle para tropezarse con ellos, los hay muy lerdos).