MIKE YOUNGER

Somethin' In The Air

(Beyond Music, 1999)

No sé tú, pero yo, en 1999, y calculo muy a lo vivo, sin consultar calendario, andaba bastante perdido por la selva peruana, mientras Rodney Crowell, a dos años de volver a meterse en un estudio para grabar The Houston Kid, ya con Sugar Hill Records, su primer álbum en estudio desde el Jewel of the South de 1995, recibía por algún canal las maquetas de Mike Younger. Entonces, no lo dudaría ni un segundo. Movió hilos a lo Bèla Lugosi en Ed Wood, y le produjo las once canciones que componen este Something In The Air, el disco con el que Mike Younger salió a la palestra, hoy pieza de coleccionista. Mike Younger nació en Halifax, Nueva Escocia, el día del cumpleaños de Thelonious Monk, en 1972. En esta feliz coincidencia se puede ver un signo, o no, eso va en voluntades. John Sinclair, en las notas del disco, nos revela que, al igual que los vagabundos, los indigentes y los míticos bardos visionarios de la vieja tradición estadounidense, Younger se marchó de casa a los diecisiete años para viajar por el país a dedo y a bordo de tartanas cochambrosas, viviendo donde podía o le dejaban, cubriendo sus necesidades diarias con lo poco que sacaba tocando y cantando en las calles de Toronto y Vancouver, pasando más hambre, como diría el maestro de Iria Flavia, que los gusanos de los muertos. Es, por tanto, de la escuela de los curtidos al viento y al sol, de los que aprendieron a pie de calle, no desde el salón de casa. En su mochila cargaba con la música de sus maestros, el blues de Leadbelly, Blind Lemon Jefferson, Blind Blake, Jesse Fuller y Mississippi John Hurt; las canciones folk con conciencia social de Woody Guthrie, claro es, pero también de Cisco Houston, Bob Dylan y John Prine (¿lograré algún día hacer una reseña en la que no acabe mentando, por activa o por pasiva, al inmenso cartero de Maywood, Illinois?); y también mucho sonido soul, jazz, R&B, cajun, country, honky tonk y ragtime del que se empapó durante su estancia en las calles de la fin de siècle New Orleans, después de su breve paso por el «lower east side» de Nueva York, donde llevó una vida de bohemio callejero y okupa en busca de los restos y los gatos del renacimiento folk de los años sesenta. Ese era el bagaje del vagabundo cuando cierto editor musical lo oyó tocar en directo en la WWOC de Nueva Orleans, quedó prendado y lo mandó a Nashville para que grabase unas maquetas. Fue entonces cuando su música llegó a manos de Rodney Crowell. Yo en Perú, tú donde fuera que anduvieses perdido, y este disco ya en la calle. Y ni nos enteramos. Canciones que lo cuestionaban todo, llenas de rabia y de compromiso. De dolor. De alcohol y jeringuillas. De amor desesperado. De probar el cielo por un instante, apenas un instante, y luego caer y seguir cayendo hasta estamparse cuando toque o manden: «Gimme whiskey when I’m thirsty / gimme water when I’m dry / and just a little taste of heaven / before I die…». Canciones de no encajar y de ir desgastándose poco a poco por el camino, de no saber a dónde vas y tener únicamente claro que vienes de besar el fondo del pozo que, dalo por hecho, volverás a besar. Y todo ello con una actitud y una pose muy del primer Steve Earle, aquel chaval al que Rodney Crowell conoció muy bien en la época de sus primeros escarceos. Por ahí seguro que supo identificar otro corazón rabioso y herido, otro «hardcore troubadour» de pura cepa. Luego la cosa se torció. En 2001, Jim Dickinson comenzaría a producirle su segundo álbum, un álbum que nunca llegaría a ver la luz puesto que el sello discográfico quebró antes de que el disco estuviese acabado. En aquellas sesiones míticas de Memphis, colaboraron Levon Helm, Spooner Oldham, David Hood y los propios Dickinson, padre e hijo. La cintas estuvieron secuestradas en un limbo legal durante casi dos décadas. La buena noticia es que reaparecieron hace poco y se publicaron el 27 del pasado agosto con el título de Burning The Bigtop Down. Un disco que de aquí a unos días nos saludará desde el buzón. Así es que todo apunta a que nos encontramos ante un nuevo inicio. Fue mi viejo dealer el que me consiguió una copia en cd de este portentoso Somethin' In The Air, un álbum del que sería una extraordinaria noticia una pronta reedición, y ahí lo dejo, por si llegara a oídos de quien tuviese que llegar y sonara la flauta que no llegamos a oír ni tú ni yo en su día, yo por hallarme empantanado en la selva peruana (calculo), tú en tu jungla particular, y hacer realidad el consejo, o el ruego, de «Keep Comin’ Back», la última canción del disco (antes de preguntar si alguien ha grabado todo esto). Porque, al fin y a la postre, eso es lo único que importa: seguir, aunque sea con la herida abierta (que, para dejar de sangrar, ya habrá tiempo).