Sweet Anhedonia
(Jullian Records, 2023)
En otro octubre, hace cinco años, dábamos cuenta por aquí de las peripecias de aquel boxeador amateur nacido en Londres y criado en Brooklyn, que se curtió en Cuba hasta colgar los guantes y ponerse a recorrer la vieja Europa en una furgoneta con su vieja banda de metal (Dead Man's Root) hasta recabar de nuevo en Estados Unidos, empapado en bourbon, primero en Nueva Orleans y luego en Nashville, hasta grabar aquel disco que reseñamos entonces (su tercer álbum), The High Cost of Living Strange. Desde entonces a hoy, hubo otro disco en medio, el oscuro Shadow Land (2020), recién salido de rehabilitación, recién salido de pagar «el alto coste de vivir raro», para el que se reunió con su hermano y una panda de desconocidos en Winnipeg, Canadá, en pleno invierno, para grabar unas cuantas canciones sobre amantes perdidos, ladrones de bancos, suicidas, trastornos mentales, billares endemoniados y asesinatos. El regreso del viejo «trovador» que, a diferencia del «cantautor», como alguien distinguía por ahí refiriéndose a él, no se limita a ser sensible, refinar su alma y compartir sus vivencias con el mundo, sino, simplemente, y no es poco, procura no acabar entre rejas. Y ahora, tres años después, desembarca con esta auténtica barbaridad, esta nueva colección de folk oscuro, esta vez producido por el gran Jim White (no menos perito en oscuridades) y acompañándose de las voces de tres de nuestras artistas más queridas (y habituales de estas líneas): Becky Warren («Numbers Game»), Emily Scott Robinson («Sweet Anhedonia») y Elizabeth Cook («Shine on the Highway»). Que nadie se llame a engaño. El propio Ben se asegura de remarcarlo siempre que puede: «la música folk tiene una larga tradición de oscuridad, y de oscuridad yo voy sobrado». Música de rincones sombríos y personajes tenebrosos. Él no solo canta sobre ellos, también los ha padecido, ha estado allí y ha sido uno de ellos (quizá uno nunca deja de serlo; la sombra, una vez invocada, permanece latente y tiene el sueño ligero) y no tiene apuro en airear sus demonios. No en vano, su página web se abre con una cita de Carl Jung: «Hasta que el inconsciente no se haga consciente, el subconsciente dirigirá tu vida, y tú lo llamarás destino». Ben reconoce que el álbum de Jim White, Wrong-Eyed Jesus! or The Mysterious Tale of How I Shouted Weong-Eyed Jesus! (1997), con aquella mezcla espiritual de Flannery O'Connor y Tom Waits a la hora de diseccionar el Sur de Estados Unidos (puro Gótico Sureño), le ayudó mucho en una época especialmente inmunda. Siempre había sido fan de su música así que, según confiesa, lo rastreó y acampó, prácticamente, frente a su casa hasta que aceptó producirle este descomunal Sweet Anhedonia. «Creo que aceptó para que le dejara en paz». La lucha con los fantasmas ha continuado desde el disco anterior pues, como apuntábamos antes, por mucho que uno se blinde, una vez emprendida, se trata de una lucha incesante. Ha fatigado instituciones y ha alcanzado una cierta claridad, tanto en su vida, como en su acercamiento a la música. Ha adquirido una cierta empatía con las luchas de los demás, y esa empatía, imprescindible como autor, aporta en este nuevo álbum un poco de luz y redención a tantísima sombra. Él cita claramente sus influencias: Townes Van Zandt, Nick Cave («Shine on the Highway» casi parece un descarte del Murder Ballads, con su toque Leonard Cohen en los coros), Raymond Carver y Toni Morrison (de pequeño, decía en una entrevista, quería ser bibliotecario, su mayor fuente de inspiración ha sido siempre la literatura, más que la música —y se nota en las letras: «Aquí en las llanuras no suceden muchas cosas, / apenas fantasmas de bisontes y una nieve interminable, como el dolor. / Aquí hay gente que se hace vieja y gente que se vuelve extraña […] La puerta del cielo está cerrada por dentro.»– y siguió manteniendo ese deseo o sueño libresco, «hasta que descubrí las drogas», según le reveló a un periodista). Sweet Anhedonia, su quinto álbum, no me cabe la menor duda, va a marcar un antes y un después en su carrera. Jim White no produce a cualquiera. Es un disco, en efecto, que podría decir lo mismo que le decía Humphrey Bogart en El sueño eterno a Carmen cuando esta le decía lo guapo que era: «Sí, y cada minuto que pasa lo soy más». Y es que así es, con cada nueva escucha, este disco, estas canciones, brillan más. Imposible no caer rendido a sus pies, como la Bacall.