Broke but not Broken
(State Line Records, 2022)
Allá por 2016, alguien, basándose en las listas de Rob y sus colegas en Alta Fidelidad, la novela de Nick Hornby (John Cusack en la gloriosa película de Stephen Frears, y Zoë Kravitz en la serie infecta que nunca estará en la lista de favoritas de nadie), le preguntaba a Michael Kane por sus cinco bandas y álbumes favoritos de todos los tiempos. Pregunta jodida de respuesta variable, según el día e incluso la hora. Pero aquel día, a tal hora, después de haber desayunado lo que quiera que hubiese desayunado y bajo aquel clima, seguramente frío, diciembre en Massachusetts, Kane contestó lo primero que le vino a la cabeza. Bandas: Tom Petty & The Heartbreakers (la primera canción que se aprendió Kane fue «American Girl»), Bruce Springsteen & The E Street Band, The Ramones, The Clash y Marah. Álbumes (quizá no de todos los tiempos, pero ahí van): My Aim is True, de Elvis Costello; Greetings from Asbury Park, de Bruce; 20.000 Under the Sky, de Marah; Separation Sunday, de Hold Steady y Sorry Ma, Forgot to Take Out the Trash, de The Replacements. Por aquel entonces, el susodicho, con sus Morning Afters, acababa de editar por Bandcamp su primer EP, Adding Insult to Industry (glorioso título) y la cosa, en efecto, ya sonaba un poco a todo eso, a lo que yo añadiría, sin duda, la pegada de Mike Ness. Los siguientes discos, hasta este, no harían sino consolidar ese sonido. A pesar de la debacle, a pesar de los muy cenizos enterradores del rock and roll, a pesar de esta birria de mundo que hemos acabado perpetrando en el que ya una novela como Alta Fidelidad no se entiende si no va acompañada de un fuerte aparato crítico y mucha nota antropológica a pie de página, Michael Kane sigue haciendo exactamente lo mismo que hacía entonces (que ha hecho siempre) y reaparece con este potente Broke but no Broken que ya desde el título, como es costumbre en la banda, lo dice todo: en la ruina, sí, sin blanca (porque intenta tú cotizar con el rock and roll y luego me cuentas), pero aún sin domar, aún sin dar el brazo a torcer, aún «rabiosos contra la máquina». La mezcla infalible para el explosivo: guitarra, bajo y batería (aquí también algún teclado). Hay quien dice punk, power pop, garage rock y, para darles cerita a los tonticos, venga, por qué no, americana (lo que me recuerda a Blas Fontiveros, el personaje encarnado por Antonio Resines en La niña de tus ojos, cuando decía que claro, que qué cojones se suponía que iban a hacer ellos si eran españoles, pues españoladas, coño, lo que corresponde, de ser alemanes harían alemanadas e italianadas de ser italianos, ¿no te jode?; pues eso mismo me pasa a mí con el sambenito de la americana, soplapollez supina, y cierro ya el paréntesis, que se me llevan los demonios…). La cosa es mucho más sencilla, y lo declara el propio Kane cada vez que se lo preguntan: «Somos una banda de Rock and Roll». El término quizá esté ya muy manido y cualquier tonto con pintas que se gasta una fortuna en trapos no dudará en apuntarse al bombardeo (aunque luego todo suene a tuerto llorón, pura estética impostada y vacía), pero, como dice Kane, el Rock AND Roll, y pone el AND en mayúsculas, porque solo con el rock la cosa no tira. En los tiempos que corren (en los que hasta Bruce Springsteen se disfraza de sí mismo), lo que hacen ellos ya es casi una música de tribu perdida. No en vano su perro se llama Strummer. Música curada en bares, locales de ensayo y garajes. Mano a mano en las calles de Boston, con bandas como los Warning Shots, los Bundles y Carissa Johnson. Música de gente que se dedica a hacer un montón de mierdas solo para poder hacer ESTO. Curran como cabrones, lidian con jefes, torean el estrés del día a día, se las arreglan como pueden para llegar a fin de mes, acumulan facturas… y todo eso solo para poder escribir canciones y ofrecérselas en vivo a la gente. Vivir en ese equilibrio. Sin fastos ni ínfulas. Con eso les basta. Rock and roll para vivir e ir tirando (y, probablemente, para no acabar matando a alguien). Según sales de la fábrica, una ducha, una cervecita (bueno, quien dice una dice siete) y a tocar. No hay doblez. Solo fuerza y rabia blue collar. La música más honesta del mundo. Y en esta última entrega, además, una versión del «Bring It On Home» de Sam Cooke (un clásico de sus directos) que te devuelve la fe (de haberla perdido) en todo lo que siempre creíste. La banda que querrás que esté tocando, si Dios quiere, antes de fundirte en negro, en la Taberna del Fin del Mundo (como en el local de aquel directo de 2018 que grabaron «primitivamente» –«recorded primitively»– en Charlestown, Massachusetts).