JEREMIE ALBINO

Hard Time

(Sleepless Records, 2022)

Pese a su juventud (ya hablo como un viejo –que es probablemente lo que siempre he sido–), son almas antiguas. Casi hablamos de cosas extintas (y sin el «casi»). Para mí, con ellos, todo empezó como una elegía, en el 67 de la calle King, en Hamilton, Ontario (ON L8N 1A5, Canadá). A principios de abril de 2020, después de cuarenta y dos años al pie del cañón, aconteció la gran debacle, la histórica tienda de discos Cheapies Records & Tapes cerraba sus puertas. Una cápsula de tiempo, borrada de un plumazo. Seguro que en tu ciudad habrás vivido una hecatombe semejante. Lo que manda es la comida basura y el textil barato. «No country for old men». En su día, por los alrededores, había otras diez tiendas de discos. Cheapies era Charlon Heston en El último hombre vivo (The Omega Man). Por eso, cuando anunciaron el cierre, con una actitud elegíaca de viejos guerreros que «se resisten a Ser Leyenda», lamentando la pérdida de todo lo que fue y pudo haber sido (la ilusión, la vida, la amistad…), Cat Clyde, para dejar constancia del tiempo ido, para atraparlo, se presenta con su banda en la tienda y graba un par de vídeos. Para empezar, «I Don't Belong Here», cuya letra es inevitable interpretar a la luz de la herida reciente, esto es: yo no pertenezco a esto, a esta ciudad antipática en la que, a partir de mañana, esta tienda de discos habrá dejado de existir. El vídeo, que se puede gozar en YouTube, es de lo mejor que se subió ese año a la web. Ella y los cinco músicos que la acompañan son «puuuuura vida» (como calibraría Billy, el personaje que interpreta el bueno de Dennis Hopper en Easy Rider, al catar la cocaína al comienzo de la película). Parecen los fantasmas de allí, de la tienda, casi salidos de otra época, resistiéndose a la demolición. Ver el vídeo es infalible, te arregla el día. Y fue precisamente ahí donde vimos por primera vez a Jeremie Albino con su guitarra (así se define él mismo: «No soy más que un chaval con una guitarra»), con el que Cat Clyde andaba de gira por aquel entonces. Luego, los dos se marcan una versión escalofriante, mano a mano, del «Stumblin'» de Jackson & The Janks y, a partir de la primera estrofa, desde que suelta la primera frase, segundo 0:05, no creo que haya nadie que pueda evitar declararse su más rendido admirador (en los comentarios al vídeo, interviene él propio Albino para afirmar haber disfrutado inmensamente grabando esta versión con Cat Clyde y el resto de la banda «algunos de mis seres humanos favoritos»). Y así hemos seguido desde entonces hasta ayer mismo, cuando anunció en sus redes que ya tiene listo para sentencia (saldrá en junio) su segundo álbum, Tears You Hide. El que hoy reseñamos por aquí es el Hard Time, el primero. Albino nació y se crio en la metrópoli de Toronto, pero el corazón le llevó a perderse pronto en el condado de Prince Edward, donde se ha pasado más de una década trabajando en granjas, encontrando tiempo y espacio para refinar sus canciones, aprendiendo a tocar primero la armónica y luego la guitarra. Mucha inspiración de los legendarios cantantes de blues (Lighting' Hopkins, John Lee Hooker, Skip James, Furry Lewis), mucho folk (el primer Dylan encabezando el pelotón), mucho soul (la banda sonora de su infancia fue la caja de sencillos Hitsville USA de la Motown), mucho rock 'n' roll (es de la generación criada en YouTube, como Cat Clyde, con acceso inmediato a todo ese material excitante). Y su propia alquimia. Músico y granjero. Todo destilado en un álbum en el que quiso documentar su viaje, su peripecia personal, desde la primera canción que compuso («Shipwreck», que cierra el disco: «It’s not the gold in my belly that’s holding me down / the water that I’m under weighs a million pounds») hasta el material más reciente. Música de después de largas jornadas deslomándose en la granja. «Historias sobre gente, lugares y tiempos pasados». Así define él mismo el álbum, en una palabra: historias. Honestidad y corazón, lo que ya rebosaba y saltaba a la vista en esos vídeos con Cat Clyde en Cheapies que espero que, a estas alturas de la reseña, ya hayas visto. A eso se reduce todo: un hombre con una guitarra contándote una historia. Y preservando, además, todo ese legado que nos quieren clausurar los que manejan el cotarro. Tanto Jeremy como Cat tienen la habilidad de convertir lo elegíaco en puro gozo. Probablemente, como rezaba el título de aquel libro que fue Premio Nadal en 1996 y del que creo recordar que solo tenía de bueno el título, que es lo único que, en efecto, recuerdo: matando dinosaurios con tirachinas, esto es, puede que al final no ganemos y acabemos por extinguirnos (ya sin abrevaderos, sin tiendas de discos), pero de momento resistimos y es emocionante descubrir que en la trinchera hay jóvenes cadetes bailando y pinchando los viejos discos, ver que no todo son mamarrachos con chándal de marca y ritmo dembow.