Llano Avenue
(Palo Duro Records, 2005/2006)
Al hablar la semana pasada del debut de Sam Baker, producido por Walt Wilkins (del que ya dijimos que tendríamos que hablar un día de estos), se me cayó del estante este otro disco de Darryl Lee Rush, producido, al año siguiente del Mercy de Baker, por Gurf Morlix (del que también aprovechamos para decir ahora que tendremos que hablar algún día, y que, aparte de producir, en este Llano Avenue se hace cargo, asimismo, de buena parte de la instrumentación, como tiene por costumbre: guitarras, bajo eléctrico, dobro, percusiones, banjo y octofone), un álbum que se abre, precisamente, con una versión de «Truale», el segundo tema del susodicho disco de Baker, y encara el final con el «Queenie's Song» de Guy Clark y Terry Allen; todo queda en Texas (con una pequeña incursión a Kentucky, acometiendo el «Miles To Memphis» del maestro Chris Knight, una canción que, como Rush siempre dice, citando un verso de la propia canción, le hace llorar cada vez que la escucha en la radio). Darryl Lee Rush es natural de Markham, un ínfimo villorrio del condado de Matagorda, en el sur de Texas, no muy lejos de la Costa del Golfo, de menos de mil habitantes (según el último censo), el pueblo del que habla la canción «Town Too Tough To Die», un pueblo demasiado duro para desaparecer, de nuevo situándonos en el territorio de Larry McMurtry en The Last Picture Show, esos pueblos que resisten, entre el polvo y el tedio, pueblos de jóvenes fugitivos y viejos sentados a la puerta de un colmado, aquí, además, matizado por el inconfundible acordeón de Joel Guzmán (otro monstruo del que también tendremos que hablar algún día). Desde muy canijo, Darryl Lee se enamora de la guitarra clásica y, después de experimentar con cuerdas metálicas, empieza a tomar lecciones de un vecino, músico de bluegrass. Lo que para unos puede llegar a ser un calvario (que te caiga en suerte un vecino músico de bluegrass, sobre todo un domingo por la mañana, después de un sábado homicida), para otros puede que sea una bendición. Y así lo fue para Darryl Lee. Aquel vecino lo ayudó a encontrar su voz y su camino. Y en cuanto tuvo edad para ponerse al volante, comenzó a frecuentar los garitos de Dallas y sus alrededores. «Un día estás tocando para los vecinos, y al siguiente te ves abriendo para Diamond Rio», la premiadísima banda de Nashville, en el Nokia Theater (hoy Peacock Theater) de Los Angeles. Y, de ahí, a tocar con Robert Earl Keen, Randy Rogers y Dwight Yoakam. Y, claro, los de Palo Duro Records, uno de los sellos independientes más respetados del Estado de la Estrella Solitaria, no lo pudieron dejar escapar. El legendario Gurf Morlix entró en escena (algo inimaginable para el joven Darryl Lee) y se puso al frente de la producción, después de que Rush se hiciese con los quince mil dólares del Shining Rising Star Contest, el certamen organizado por Shiner Records, filial de Palo Duro, para grabar su primer disco, dejar de vender coches y equipos de música, y dedicarse de pleno a la música. Morlix está, en efecto, detrás de todo el proyecto. Cuenta Rush que fue a su casa y le tocó prácticamente todas las canciones que había escrito a lo largo de su vida. Morlix, sentado, sin perder la calma, se limitó a ir diciendo: «Esta es buena», «Hmm, esta vamos a dejarla»… Y, así, tras aquella larga velada, las canciones que más le gustaron a Morlix, acabarían siendo las siete que constarían en el disco, junto a las cinco versiones sugeridas (aparte de las ya mentadas, también hay una de los Eagles, «Life in the Fast Lane», convenientemente «hillbilizada», y otra del amanuense Hank Riddle, «I Believe in the Sun»), temas que homenajean a su terruño, a la gente que conoció y las historias que le contaron (nada que ver con el country de pose, el country de sombrero, botazas que cuestan lo mismo que la entrada de tu piso y camioneta descomunal, country de bar deportivo con camareras semidesnudas y tristes, y demasiada luz), con mucha influencia de Harry Chapin y Jim Croce, dos de sus máximos ídolos, aunque no tan cercanos como los inmensos Doug Sahm y Guy Clark, los grandes héroes de Texas. El álbum incluye, por cierto, una de nuestras canciones de cabecera, el himno country de todas nuestras desdichas y aspiraciones, la gran «White Trash Paradise»: «I wanna set a couch out by the road, / sell skunk wheat and call it gold, / at my white trash paradise. // I wanna a '69 Chevelle just sittin' on blocks, / Among 27 pens where I keep my cocks, / in my white trash paradise. // I wanna say «Tu madre» to the neighborhood, / Ya know it makes 'um mad to see me livin' so good, / in my white trash paradise. // I wanna spend my nights dinkin' Schaefer Light, / and smokin' cheap cigarettes, / i want a water bed to rest my head, / and a pitbull for my pet. // I wanna ride wellfare 'till the well runs dry, / buy everything that Walmart can supply, / to my white trash paradise. / It's my white trash paradise». Amén.