My Money's On You
(Bill Davis Music, 2013)
Para ir enfilando ya la postrimerías del año, pretendía uno hacerse eco del último disco de Katie Crutchfield, el Tigers Blood, sexto de su encarnación como Waxahatchee, después de haber militado en P. S. Eliot, ahora que la han nominado por primera vez a un Grammy (en la categoría de Mejor Álbum de Americana), o si no de este, puede quizá que del anterior, el Saint Cloud, de 2020, que me gusta más, sin tanta veleidad pop, no sé, aún nos queda un viernes antes de pasar página, ya veremos por cuál nos decantamos (porque los dos son magníficos), pero ya digo que la pretensión se ha visto truncada, porque se me ha colado un recuerdo en la fila, como una anciana descarada e impune en la cola de la frutería (cuestión de galones, supongo, aunque uno vaya teniendo ya también sus buenas muescas en la culata), un flashback de hace diez u once años. A veces hay palabras, como aromas, que te dan un magdalenazo bien empapado en té en toda la cara, dejándote más destemplado que al bueno de Swann (que vomitaría alrededor de 300 páginas memorísticas, yo procuraré manchar menos), cosas del sistema límbico, ¿qué le vamos a hacer? Lo de llamar a la banda Waxahatchee, fue por Waxahatchee Creek, un afluente del río Coosa, entre los condados de Shelby y Chilton, en Alabama, terruño en el que se crio Crutchfield. He ahí la magdalena que, de pronto, me ha mandado de un sopapo de Alabama a Texas: las resonancias de ese nombre, Waxahatchee. Había una canción. Recordaba una canción que, en su día, escuché mucho. Un piano y una voz terrosa. Una canción de colisiones cósmicas y amores perdidos. Exprimí la neurona, y busqué, pero nada, la sinapsis me esquivaba. Y entonces caí en la cuenta. No era Waxahatchee (Alabama), sino Waxahachie (Texas), por eso no se dejaba enlazar. Con tanto movimiento forzado de tribus indias por el sudeste de Estados Unidos, el legado nativo se fue extendiendo, de ahí que aquella palabra de la lengua de los indios creek de Alabama, acabara afincándose, ligeramente mutada, en el condado de Ellis, Texas. Y con esa pista ya se desveló el misterio: «Waxahachie», no tanto el lugar, que también, como el tercer corte de My Money's On You, aquel fabuloso disco de Bill Davis que tanto y tan bien me asistió hace ya la friolera de unos diez años. Me vino a la cabeza, la canción y la foto de la cubierta. Localizar el disco por casa ya fue otro cantar, costó lo suyo. La búsqueda ha sido también un viaje en el tiempo (han reaparecido muchos discos de los que tendremos que hablar), por seguir amparándonos parasitariamente en la referencia «proustiana», que dará lustre a esta reseña tan deslavazada. Y, por fin, apareció. Luego, las pesquisas, se han vuelto un poco enojosas. Hice un poco de arqueología, pero no hay nada en redes (de otros dos Bill Davis músicos sí consta alguna cosilla más), más allá de la escuálida frase biográfica que aparece en su página de Bandcamp: «Bill Davis es un cantautor de Texas. Lleva componiendo y tocando en Austin y sus alrededores desde mediados de la década de 1990». Entra uno en su Facebook y el chasco es más o menos el mismo: la última publicación es de julio, se pone a bichear uno y solo da con anuncios de sus conciertos. Hay fotos, no muchas. Veo que ha ido criando una buena barba. Hay también algún vídeo de muy mala calidad (del típico paisano con móvil que, por la deficiencia genética que sea, lo cree conveniente), en el que, pese a la calidad infecta (y el flaco favor al artista), se detecta su poderío: esa voz. Y todo esto (esta ausencia de datos) me ha llevado a preguntarme cómo demonios acabé recalando yo en este hombre, en este disco. La respuesta es sencilla: Texas. Los «hard-core troubadours», que diría Steve Earle, de Texas. Por esa época yo tenía dos voces muy metidas entre ceja y ceja, la de Javi García (cuyo A Southern Horror ya reseñamos por aquí en su día, y que es otro de nuestros dolorosos desaparecidos) y la del inmenso Jon Dee Graham (de quien en más de una ocasión hemos dicho que tenemos que hablar, y seguimos sin hacerlo, maldita sea mi estampa; juro que el año que viene le pondremos remedio). Dos voces y un estado, Texas. Fue así como acabé llegando a Bill Davis. Y su voz sigue activando los mismos resortes. No veo señales de nuevos discos por ninguna parte. Pero por los ocasionales comentarios que alguien deja caer por sus publicaciones de Facebook, descubro que sigue en activo, infatigable, sacándose las habichuelas en el día a día, «another day, another dollar», como nos dijo aquella vez, en la barra del Rocksound, Malcolm Holcombe. Y pienso ahora que precisamente esa aparente ausencia, esa omisión, pretendida o no, es en realidad lo que hace a Davis tan grande. Y no puede evitar uno pensar, asimismo, que esa escueta biografía con que se vende es lo que más justicia le hace a su música: un tipo que lleva fatigando los locales de Texas desde los noventa. Un artesano, y un vozarrón, guitarras potentes y canciones tristes, pero arrolladoras, una acometida más de albañil que de músico (lo que siempre suma). «My Money's On You», se titula el álbum, que es el nombre, además, de la canción que lo cierra, y lo que siempre decía, también, adaptado a las circunstancias, mi viejo amigo Rafi, rockero de la inmortal ciudad cervantina, cada vez que algo le emocionaba, ya fuese un escritor, un cantante, un actor, un director de cine, un saltimbanqui o un cocinero: «Amigo, te debo dinero».