Won't Die This Way
(Late August Records, 2023)
Ella es de Ohio, nacida y criada en Cleveland, y la gente siempre le pregunta cómo demonios una chica de Cleveland acaba dedicándose a la música country (un poco como le pasa a nuestra querida Susan Santos, con lo de ser de Badajoz, aparte de, para peor suerte, hembra y zurda, algo que parece desconcertar siempre a los plumillas de turno que, tras esa ecuación, solo parecen admitir a parientes o vecinos de los Salazar, gitaneo extremeño, flamenquillo y rumba). Ella, la de Cleveland (y la de Badajoz también), siempre les contesta que la música no tiene nada que ver con el código postal y que la música country (o el blues, en el caso de la que, para turbación de los obtusos, no ha resultado ser un remedo de las Azúcar Moreno) es, básicamente, alguien con una historia que compartir con la que logra que un completo extraño (en cualquier parte del mundo) se sienta apelado y menos solo, ya sea con una canción redentora de las de «derramar-lágrimas-sobre-tu-cerveza» o una melodía extasiante de las de «sacude-el-esqueleto-y-quítate-las-penas». Sus influencias musicales, de hecho, no se circunscriben a un único género. La inspiración le viene de la gente que la rodea y de los recuerdos que se van forjando por el camino. La banda sonora de su infancia fueron, principalmente, las voces de Patsy Cline («Faded Love», siempre), Jerry Jeff Walker, Asleep an the Wheel, The Desert Rose Band, Eddy Arnold, John Denver y Dean Martin. Con dieciséis años ya andaba componiendo canciones con esa vehemencia tan adolescente del «no sé adónde voy, pero voy de cabeza» que ha sabido mantener hasta hoy mismo, con este Won't Die This Way con el que debuta en el sello de Cody Jinks, Late August Records (con quien co-escribe, junto con Kendell Marvel, la canción que titula el disco), y que, tanto por sonido como por actitud, de haberse grabado en los setenta, la habría podido situar entre las reinas del movimiento «Outlaw»: Jessi Colter, Bobbie Nelson, Sammi Smith, la inmensa Emmylou Harris y compañía (alguien ha dicho que en sus canciones se adivina la poesía de la canciones de Shel Silverstein interpretadas por Bobby Bare, y no creo que pueda existir mejor halago). Ella dice que si pudiese viajar en el tiempo querría verse en la calle Broadway de Nashville, a finales, precisamente, de los sesenta y principios de los setenta, codeándose con las leyendas que se dejaban caer por el Tootsie's Orchid Lounge, escribiendo canciones, bebiendo fuerte y liándola parda, a la espera de escuchar sus nombres por la radio, lo que supondría que ya podías cruzar la calle y entrar por la puerta trasera del Ryman y hacer tu debut en el Grand Ole Opry. «Me habría encantado ser una mosca de esas paredes.» Las trece canciones que componen el álbum son temas que le han estado haciendo compañía en la última década, con residencia en Nashville y recorriendo kilómetros en su Toyota Highlander (con tráiler), una época para nada exenta de los condimentos que exige todo buen guiso de música country: momentos de subidón y de bajonazo, momentos de bailar enamorada y de bailar para sepultar los problemas, vida de camarera y de asistir, por probar, a reuniones religiosas (por aquello de que todo nutre, si se acierta a digerir), de telonear a gente como Paul Thorn, Travis Meadows, Mikey Guyton y Alex Williams en el 3rd & Lindsley (y, más adelante, ya más curtida, a Cody Jinks y Travis Tritt, ante audiencias más nutridas), vida de moteles y pérdidas, de tropiezos y lecciones… «Espero que este álbum haga que la gente se lance a bailar con una cerveza fría en la mano, que les anime a desgañitarse con las ventanillas del coche bajadas y la música a todo trapo, y a no cejar en sus sueños, pero, sobre todo, quiero que les haga recordar que no están solos y que aquí todos estamos un poco pirados, y que no pasa nada por estarlo, todo lo contrario, es más, ya que no parece tener remedio, dejemos que se nos pire la pinza sin ningún tapujo, aunque, eso sí, a ser posible, con estilo.» El paraíso es barato, lo deja claro en el tema que abre el disco («Cheap Paradise»), y esa es una tesis que nosotros, desde aquí, no podemos por menos que suscribir: Siempre es divertido embarcarse en un gran viaje a algún lugar en el que nunca hayas estado, pero el verdadero paraíso es ir conduciendo por una carretera secundaria o estar en un garito desconocido con una buena gramola y una botella de cerveza barata (Michelob, por ejemplo). Amén.