CHLOE KIMES

Chloe Kimes

(Grabado en vivo en «Welcome to 1979» en Nashville, TN, 2022)

En el capítulo de El manifiesto redneck rojo (The Liberal Redneck Manifesto) correspondiente al bebercio, Drew Morgan, Trae Crowder y Corey Ryan Forrester lo dejaban bien claro al hablar de la «cerveza», así, entrecomillada, refiriéndose a ese brebaje doméstico, insípido, aguado «y con sabor a culo de mofeta» que tanto nos gusta y nos apaña un mal día (o un día cualquiera, pues hemos de reconocer que tampoco daremos un día por logrado sin su benemérita compañía). Apuntaban que «no hay nadie en el Sur que no sepa que es muchísimo mejor beberse treinta cervezas ligeritas a lo largo de seis horas que beberse seis cervezas de las buenas. Es pura lógica. Todas esas cervezas ligeras están aguadas, ergo tienen agua. Es lo que los médicos nos advierten siempre que nos conviene beber. ¡Así que ea, hecha la ley hecha la trampa!». Es ley de vida, en efecto, supervivencia pura y dura. Lo que vendría a ser la Mahou de por aquí (por citar una, sustitúyelo por tu veneno favorito), o la Coors de por allí, de Chicago, Illinois. Nada de IPAS o mejunjes artesanos con botellas o latas de etiquetas rompedoras. La canción de ese bebistrajo que la haga y la reseñe otro, porque a nosotros no nos incumbe. A nosotros dadnos mejor una cosa bien industrial, barateja y sutilmente apestosa y, a ser posible, en barril, de grifo (sin desmerecer, desde luego, las virtudes de una buena lata estrujable o el mítico botijo achaparrado servido sobre barra de zinc…, la verdad es que con que esté fría, más o menos nos basta; confieso también, no obstante, que alguna vez he caído en la zancadilla de lo artesanal, pero en mi descargo he de decir que fue porque no había otra cosa, o por no contrariar al exaltado de turno, amigo siempre de un conocido al que vemos de Pascuas a Ramos, que ha estado documentándose muy fuerte sobre lúpulos, malta, fermentaciones, vikingos y monjes trapenses). Y es por eso que nos enamoramos desde el primer momento de Chloe Kimes, porque, de pronto, como caída del cielo, había escrito nuestra canción, nuestro himno —por muy baja en alcohol que sea su Coors favorita—. El asunto es que interpretó el tema («Coors Light») en el Blue Plate Special de la WSVX, en Knoxville, Tennessee, y, en menos de una semana, se hizo viral y alcanzó más de cuatro millones de visitas (si se descuentan las que hemos hecho nosotros, la cifra resulta mucho menos impresionante). A los tres días de semejante locurón se metió con su banda en el Estudio A de RCA y, con el productor Phillip Smith (que normalmente anda grabando por allí cosas con Dave Cobb), grabó la susodicha canción. «Bueno, pues un café por la mañana y una cerveza por la noche / Una cerveza cada vez que te lo pida el cuerpo / Un whisky cuando la cerveza necesite un respiro en la contienda / Y vuelta a empezar por la mañana […] He corrido cien millas, y jamás he perdido un gramo / Prefiero estar bien rellenita cuando me pongan bajo tierra / Y es que es el mejor consejo que me he echado al coleto desde que vine al mundo: seguir siempre dale que te pego, nunca decir que no / Y me rechifla la Coors Light en barril / Y jamás he visto a nadie que toque así la mandolina [aquí entra el solo de Tristen Norfleet] / Y vuelta a empezar por la mañana». Ya no es solo la letra y los arreglos de la canción (con ella a la guitarra, Miles Burger al contrabajo y la armónica, el ya mentado Tristen Norfleet a la mandolina, Aksel Coe a la percusión y Nick Larimore a la pedal steel), sino también la gracia, el «feeling», el sentimiento con que Chloe Kimes la interpreta, esa alegría y esa gratitud, ese joie de vivre que tanto bebe de John Prine, Tom T. Hall y John Hartford, del que es imposible no contagiarse. Sin duda, una chica con «duende», de los lagos del norte de Michigan (desde los dieciocho, año 2016, afincada en Nashville). Y ha sido gracias al exitazo de este temazo que Kimes ha podido rescatar y reeditar, en edición limitada (solo en vinilo), el disco con el que debutó en 2022 (este Chloe Kimes sobre el que hoy queremos llamar la atención, el álbum con el que la Radio Pública Nacional la situó entre «los diez mejores artistas emergentes de Nashville» de aquel año) y que pasó en su momento sin pena ni gloria, igual que su EP anterior, el magnífico Apothercary (2018) con esas dos joyas, «I'll Be Going» y «Sante August» que cierran el disco de manera magistral, dos temas que ya han quedado para siempre en lugar destacado de nuestro panteón. Música fraguada tras mucho trasiego por festivales folk (desde los catorce años milita en bandas folk locales, con artistas de la escena musical de Michigan, como Sav Buist y Katie Larson, de los Accidentals), armonías familiares, honky tonks, esquinas, iglesias, y paseos, descalza, por carreteras secundarias. Aunque como muy bien advierte a los nuevos adeptos, en este Chloe Kimes que ahora ha podido rescatar, en vinilo estándar de 140 gramos y con nuevo diseño interior a cargo de Frankie Boots, no se incluye el tema «Coors Light». Que nadie se lleve a engaño. Pero da igual, porque ya con solo escuchar el tema que abre el disco, «Thunder», uno ya sabe que está en buenas manos, y que lo de «Coors Light» no ha sido, ni por asomo, una cosa fortuita e irrepetible, sino que viene a confirmar de manera palmaria que de casta le viene a la galga. Tarde o temprano tenía que estallar. Y no nos vamos a preocupar más de la cuenta, porque seguro que ya habrá sucedido, pero si en lugar de a esta cosa tan inviable de los libros, nos hubiésemos ocupado a esa otra cosa tan inviable de los discos, ya habríamos fichado a Chloe Kimes sin pensárnoslo para encabezar nuestra parrilla. Habría sido algo así como nuestra Larry Brown. Así que, ¡salud y alegría, querida Chloe! No podemos esperar a escuchar lo nuevo que andes tramando. «Conduje mil millas sin parar en ningún momento para echar una cabezadita / Bueno, Jerry Jeff y Gatorade, apuesta ganadora / Y es que el mejor consejo que me he echado al coleto: seguir dale que te pego, nunca decir que no / Y me rechifla la Coors Light en barril / Y jamás he visto a nadie que toque así la mandolina [aquí vuelve a entrar el solo de Tristen Norfleet] / Y vuelta a empezar por la mañana.» Y, así, una y otra vez, en bucle, hasta vaciar la nevera y engañar al más tonto para que baje a por más.