HOUNDMOUTH

Good For You

(Dualtone, 2021)

Dicen que la noche del uno de noviembre de 2011 en que todo concordó, estaban en la Casa Verde y no eran más que cuatro amigos haciendo música, pertrechados con algo de alcohol y mucha curiosidad por lo que podría acabar saliendo de aquellos tempranos escarceos. Los tiempos no podían ser más raquíticos, formaban parte de la generación de futuro baldío que había regurgitado la «nueva economía», una generación ya versada en mezclar curros miserables e ir tirandillo con lo mínimo, aclimatada desde la cuna a las escuálidas expectativas que ofrecía el hecho de haber nacido en un lugar que el resto del mundo consideraba el corazón de ninguna parte, en este caso New Albany, Indiana, a orillas del río Ohio (no es raro, por cierto, que Edwin Hubble, después de su paso por aquella ciudad, donde se vería dando clases de español, física y matemáticas en el instituto y entrenando al equipo de fútbol, acabara convirtiéndose en el padre de la astronomía observacional: cuestión de barruntar la expansión del universo y empollar el deseo de largarse y llegar lejos a la primera de cambio). En aquel entonces, los componentes de Houndmouth se conocían «de por ahí». Matthew Myers (voz y guitarra) y Zak Appleby (bajo y voces) habían tocado juntos en varias bandas de versiones («el horror»), estaban doctorados en blues, rock clásico y sonido Motown, y curtidos de sobra en la escuela de «tocar para un público indiferente y estruendo de botellas vacías». Matthew y Katie Toupin (teclado y voces) llevaban, además, tres años defendiendo un dúo acústico (siempre que ella no estuviese en la carretera, buscando un trabajo estable). Shane Cody (batería y voces) asistió al mismo instituto de Katie, antes de desaparecer con destino a Chicago y Nueva York para estudiar ingeniería de sonido. La cosa empezó a fraguarse con Matthew y Shane (recién regresado este último de un breve flirteo con el bluegrass). Batería y guitarra. A secas. Luego las cosas se precipitaron. Zak y Katie se sumaron a las «fauces del sabueso» y, un buen día, en noviembre, como empezamos diciendo, se dieron cita en la Casa Verde y, a los cuatro meses, tenían grabado un EP de elaboración casera, Houndmouth (2012). De ahí, con la proverbial «mochila llena de sueños» de todos los cuentos, barruntando lejanías como el viejo profesor Hubble, hicieron su peregrinaje al South By Southwest. Allí los oyó Geoff Travis, el hada madrina, y los contrató para su sello, Rough Trade. Entonces todo se disparó. Debutaron con el álbum From the Hills Below the City. Actuaron en los programas de Letterman y de Conan O'Brien. Telonearon a Drive By Truckers, Lumineers, Alabama Shakes, Lucero y Grace Potter and the Nocturnals. Fatigaron los festivales más prestigiosos (ACL, Bonnaroo, Lollapalooza y el Newport Folk Festival). Y, de un día para otro, se giraron las tornas. Empezaron a telonearse a sí mismos. Y empezaron a telonearlos otros. Tras el Little Neon Limelight de 2015, Katie abandonó la formación. El primer disco sin ella lo sacarían a los tres años, Golden Age, ya en Reprise. Mucho Los Ángeles, mucha carretera y mucha vida de rock n' roll. Y, entonces, de repente, el parón, la pandemia. (Algún día se estudiará el efecto que tuvo aquello, una tesis sobre la música salida del encierro; muchos se descalabraron, algunos firmaron obras maestras; este Good for You pertenece a esta última categoría.) Volvieron al «corazón de ninguna parte», lejos de los fastos del mundillo y los neones de Hollywood. Canciones que transcurren en lugares tan remotos como el Álamo y el río Hudson, pobladas de personajes heterogéneos: princesas de cuentos de hadas y vampiros, amantes de aparcamientos y sempiternas aspirantes a reinas de la belleza. Deshechos de un país desolado. El disco lo produjo Brad Crook (productor, entre otros, de Waxahatchee y Hiss Golden Messenger) y lo mezcló Jon Ashley (The War on Drugs y B. J. Barham) en la que durante mucho tiempo fue la sede de la banda, una vieja casona alargada del siglo diecinueve decorada con papel de pared dorado y candelabros de cristal, la Green House (la Casa Verde que sale en el vídeo de la canción «Made It To Midnight», grabado en el salón en un solo plano secuencia de lo más elegante, sin alardes pirotécnicos; uno de los mejores vídeos que se han filmado en los últimos años, si se me permite el exabrupto). El espíritu caótico de los últimos años se disuelve en un minimalismo de lo más exquisito. Se recupera el abandono puro de aquellos días de noviembre de 2011, cuando todo era nada, y quedaban en la Casa Verde (todavía muy verdes) para beber y tocar jubilosamente (pues, al fin y a la postre, de eso se trata). Matthew Myers lo expone así: «Me acuerdo del día que entré en la Casa Verde y me di cuenta de lo que estaba sucediendo allí dentro. Recuerdo que pensé: “Nunca me iré de este lugar”». Y eso fue, precisamente, lo que vino a subrayar el Good For You: que los muchachos habían vuelto a casa, o mejor dicho, que, aunque partieron, en realidad nunca se fueron. Amor por la música. Simple y llanamente. Lo demás es «pompa vana» y «afeites de carmín y grana», como dejaría escrito la inmensa Sor Juana Inés de la Cruz. Quien lo sabe, lo aplica, y pervive. El resto va directo a la mesa de saldos y a celebrar likes y «escuchas» fantasmales en vídeos que nadie se molesta en ver (salvo para mofarse).