CHRIS SMITHER

All About the Bones

(Signature Sounds, 2024)

Bastan tres segundos, y creo que exagero, puede que me sobren dos, para, nada más escuchar la guitarra y el zapateo, uno sepa que se trata de él. Tiene ya ochenta años y este es su vigésimo álbum. Pero el tiempo parece suspendido. El invento sigue sonando tan rematadamente bien como en 1970, año de aquel I'm a Stranger Too con que debutara (que ya incluía, por cierto, tres versiones, una de un tema de Neil Young y dos de Randy Newman, idioteces las mínimas, siempre ha sido así, buen gusto y muchísima clase, y una humildad apabullante), álbum del que Bonnie Raitt versionaría dos años más tarde, en su segundo disco (Give It Up, 1972), la canción «Love (Me) Like a Man» («de mi Eric Clapton», como bautizaría la Raitt a Smither en aquellos tiempos), datos que traigo a colación no por dármelas de listillo, sino porque en este All About the Bones que hoy reseñamos, vienen muy al caso. Bien. No lo demoremos más. Vayamos con el elefante de la habitación: las versiones. Con esto de las versiones siempre hay lío. No hay nada más atroz ni raquítico que una «banda de versiones», un engendro solo ligeramente menos aborrecible que una «banda tributo» (música para bodas horteras, y ni eso, solo defendible, si acaso, como cancha de entrenamiento adolescente, una especie de mili chusca de la que se nutrirán luego las veladas cerveceras del reencuentro, para oprobio de mujeres e hijos —todos gordos y calvos, por fuera y por dentro—; o para bandas de fin de semana de varones ya también bastante talluditos a los que el sueldo no les acaba de llegar para comprarse una Harley que decore el garaje y compense sus gatillazos). Claro que siempre hay excepciones. Y hay artistas geniales (pocos) que mejoran de un modo impepinable las canciones que versionan. Chris Smither es uno de ellos, puede que el más grande. En Leave The Light On (que ya reseñamos por aquí en su momento), el disco con el que Smither iniciara en 2006 su feliz relación con el sello Signature Sounds, que viene durando hasta ayer mismo (y lo que te rondaré, morena), donde le dejan hacer siempre lo que le sale del nervio («Son amigos. Yo hago un disco, ellos lo sacan»), ya daba una lección magistral, transformando el «Visions of Johanna» de Dylan (que el propio Dylan ha versionado de un modo catastrófico más de lo psiquiátricamente recomendable) en un vals increíble, administrándole un tres por cuatro que, como decía Reznor a propósito de Johnny Cash, cuando este le versionó su «Hurt», le roba la novia a Dylan, para siempre. Y ahora ha vuelto a hacer lo mismo. All About The Bones incluye una canción de Eliza Gilkyson («Calm Before the Storm»; no incidiremos en lo del gusto exquisito, emocionante) y el «Time To Move On» de Tom Petty, esta última sugerida, como haría Rubin con Cash, por David Goodrich, su cómplice y productor desde hace ya ni se sabe. Y a Smither le basta transponer la canción de Sol a La para hacerla suya, y desatar su magia. Y es que, es indudable, Smither tiene algo de Rey Midas. Todo lo que toca lo transforma en oro. Al final, la cosa, como dice el propio título del disco, reside en el hueso. No hay más que ir al hueso de la canción, descarnarlo de farolillos e ir directo a la médula. Y construir desde esa desnudez. Arroparlo con lo mínimo imprescindible, que es, básicamente, el alma, eso que suelen pisotear o disimular con virtuosismos vacíos, puramente gimnásticos, los del funcionariado de las versiones, los animadores de los bares de turistas ebrios y bailongos. Chris Smither, siempre ha ido al hueso y ha preferido mantenerse un poco a la sombra. Pero hay otra cosa que emociona también mucho en este nuevo disco. Algo que nos pilla totalmente por sorpresa desde el primer corte. El saxofón de Chris Cheek (con toda esa carga de blues de Missouri), que consigue exactamente lo que pretende, «conducirnos a una mansión gótica de una calle imaginaria de Nueva Orleans», la ciudad en la que Smither, nacido en Miami, encontró su vocación, el día en que un amigo le hizo escuchar el disco Blues in My Bottle, de Lightnin' Hopkins (esos son los amigos que valen), y pensó: «Este tío toca por sí solo como si fuese una banda entera de rock n' roll» (que es un poco lo que piensa uno cuando lo ve tocar a él, a Chris Smither, con su guitarra y su plancha de madera contrachapada en el suelo, en directo). El tema «Down in Thibodoux» es esa vuelta al paisaje y el paisanaje que lo fraguó todo hace ya más de medio siglo. La voz de BettySoo también le da un color nuevo al disco. Todo novedades que casan perfectamente con el viejo sonido de siempre. Nadie como Chris Smither sabe unir de un modo tan impecable «groove» y gravitas, como empieza diciendo Nick Cristiano en su reseña para la No Depression. Y no sorprende que el disco acabe como acaba. Tras la versión de Petty, se oye la risa liberada en el estudio (los estudios Sonelab de Easthampton, Massachusetts). No otra que «la risita de los jugones», que tan bien sabía reconocer Andrés Montes. Risa de gigantes.