My Own Company
(Calumet Queen Records/Thirty Tigers, 2024)
Ella es de Hammond, en el noroeste de Indiana, a cuatro casas de la frontera estatal con Illinois, pero ya lleva más de una década viviendo en Nashville (donde, como dice ella, o nadas o te ahogas, y ella nada que da gusto verla, a crol, braza, mariposa, espalda, o lo que haga falta). Debutó en 2021 con el impresionante álbum Calumet Queen (que pasó prácticamente desapercibido). Y el año pasado, ya con el decisivo respaldo de Thirty Tigers, sacó su segundo álbum, My Own Company, mucho más crudo que el anterior, un álbum en el que han encontrado finalmente acomodo varios de los sucesos más arduos que han ido jalonando su biografía. El propio título (que es, asimismo, el de la impactante canción que cierra el disco), viene a decirlo todo, precisamente, a propósito de la supervivencia, del hecho de haber superado, más o menos indemne, todos esos aconteceres turbios, vividos en carne propia o ajena (el derrumbe de una relación de ocho años, el suicidio de un amigo muy querido, varias citas/escarceos lujuriosos inoportunos, abuso de alcohol y drogas, y problemas de salud mental, por citar solo algunos de los asuntos que se han filtrado en las letras de estas diez nuevas canciones), el triunfo que supone encontrarse a gusto con uno mismo, de saber aceptarse y tolerarse sin recurrir a nadie ni a nada, más allá de a tu propia y única compañía. Además, ha conseguido hacer realidad un sueño que llevaba acariciando desde hace más de una década: que le produjera un disco Tucker Martine, sobre todo después de haber escuchado obsesivamente el The Worse Things Get, the Harder I Fight, the Harder I Fight, the More I Love You, el álbum de 2013 de Neko Case, una de sus artistas favoritas, un disco que le fascina no solo por verse poderosamente reflejada en el mensaje de depresión y lucha que transmite, sino también por el modo en que lo hace, el modo en que está grabado, todo el álbum, de cabo a rabo, pero más concretamente la canción «Nearly Midnight in Honolulu», que Neko Case acomete a capela, a lo vivo, casi a modo de salmodia, con un desgarro que pone los pelos de punta. Ya en la época en que Kiely se dispuso a grabar su primer álbum, soñaba con disponer de un presupuesto que le permitiera trabajar algún día con Tucker Martine, productor, entre otros, de la susodicha, Neko Case, así como de The Decembrists, Sufjan Stevens, My Morning Jacket, The Avett Brothers, Punch Brothers, Richard Buckner, Laura Veirs, Bill Frisell y Tift Merritt. El sueño/deseo casi se convirtió en un chascarrillo entre sus amigos. Pero, de pronto, un buen día, ya con la gente de Thirty Tigers embarcada en el proyecto, en el curso de una conversación a propósito de quién podría hacerse cargo de la producción, alguien dejó caer que estaban pensando en un sonido que no fuera tan tradicionalmente «Nashville», y, a renglón seguido, le preguntó a Kiely qué le parecería trabajar con Tucker Martine. A ella, como es de recibo, casi se le desencajó la mandíbula. «¿En serio? ¿Me estáis tomando el pelo? ¿De verdad es una opción?». Y claro que lo era. Le mandaron a Martine unas «demos» y respondió al momento. En una llamada telefónica posterior que no debía durar en principio más de media hora, pero que acabaría durando más de dos, descubrieron que tenían gustos musicales parecidos y el mismo sentido del humor. Y así fue también como Nate Query, bajista de The Decembrists, acabó formando parte de la banda del disco. Un sueño por partida doble. Y a la batería y las percusiones nada menos que Andrew Borger, habitual de los discos de Tom Waits y Norah Jones. Una banda de ensueño. Por otro lado, hay que destacar el modo en que está concebida la estructura del disco, el orden de las canciones (algo en lo que ya casi nadie repara). En la universidad, Kiely estudio dramaturgia, y eso se nota en la armazón de sus álbumes (también en las «set lists» de sus conciertos). Hay una clara y meditada intención dramática. También por eso, en los bolos, Kiely Connell es muy de contar historias entre canción y canción. Su mayor influencia es Patsy Cline. Esa mujer, dice, fue la que le enseñó a cantar. Se pasó casi toda su infancia pinchando sus discos y cantando con ella. Y aún sigue interpretando sus temas dos veces por semana en el Chief's de la calle Broadway, en Nashville. El poder y la vulnerabilidad que transmiten sus interpretaciones son lo que ella trata de emular cada vez que se sube a un escenario. Canciones no aptas para apocados o débiles de corazón. También, a modo de anécdota, suele citar de referencia a Tim Burton. Una de sus mejores amigas le dijo en cierta ocasión que el rollo y la estética que se gastaba era como mezclar a Waylon Jennings con Tim Burton. Y a ella no le pareció tan desacertado. No en vano lleva fatigando a ambos desde que era una renacuaja. Country gótico, o algo por el estilo.