The Late Great Townes Van Zandt
(Charly, 2015)
Se trata, sin duda, de un género que cuenta con auténticas joyas literarias. Recuerdo especialmente las notas que escribió Stephen King para aquel disco tributo a Los Ramones (We’re A Happy Family, 2003), probablemente lo único rescatable de aquel álbum. Y lo traigo a colación porque la semana pasada mencionamos este glorioso disco que grabó Townes Van Zandt en el 72, que acaba de reeditar el sello Charly para conmemorar el cincuenta aniversario del comienzo de su turbulenta carrera musical. Las notas de quien fuera su manager y productor, Kevin Eggers (redactadas desde una habitación del Hotel Chelsea de Nueva York), son también impagables. En ellas recuerda emocionadamente una calle y un barrio. El 54 de Remsen Street, en Brooklyn Heights. La foto de la cubierta está tomada en el salón de la vieja casa de ladrillo rojo del siglo XIX en la que vivía Kevin Eggers con su mujer (la del cuadro es su tatarabuela) y sus hijos en el 71. Desde las habitaciones de aquel inmueble se podía oler el mar. Cuando Townes no estaba en la carretera o perdido en algún lugar inconcreto de Houston, residía en la cuarta planta, en una habitación que compartía con dos periquitos. Allí compuso las canciones (entre ellas las inmortales «Pancho and Lefty» y «If I Needed You») de esta obra maestra que luego irían a grabar a Nashville, en los estudios de «Cowboy» Jack Clement. Eggers recuerda que Townes bajaba a desayunar todos los días y luego se encerraba a componer durante cinco o seis horas en su habitación. El sonido de su guitarra inundaba la casa junto al de las sirenas de los barcos que se alejaban río abajo. Aquel barrio era un sitio mágico. Townes disfrutaba de la compañía de los fantasmas de quienes habían fatigado sus calles antes que él: Thomas Wolfe, Carson McCullers y el gran Walt Whitman. No era raro toparse en la panadería con Arthur Miller, Norman Mailer o Truman Capote. Por la casa de Eggers pasaban a vaciar botellas de bourbon, tequila, whisky y oporto músicos como Johnny Winter, Jerry Jeff Walker, Dick Gregory o el matrimonio Clark (Guy y Suzanne), antes de dejarse caer por los bares del Greenwich Village (el Dug Out de Bleeker Street, donde tocaban Phil Ochs y Dylan, o el Kettle of Fish, donde una noche Emmylou Harris sorprendió a Townes nada más conocerle cantándole su «Tecumseh Valley» a bocajarro). Aquellos días en el 54 de Remsen Street fueron los más creativos y los más felices de la vida de Townes. Sus discos no se vendían, no poseía más que una vieja guitarra Martin con una funda forrada de terciopelo en la que atesoraba cristales de colores, púas, uno o dos anillos de alguna novia pasada o presente, la llave del apartamento de una amante perdida, abalorios indios y una edición de bolsillo de los poemas de Robert Frost. El sello Poppy quería echar a Townes de su lista de artistas y este álbum estuvo a punto de no grabarse. Fue el penúltimo que hizo con Eggers (el siguiente, The Nashville Sessions, jamás llegaría a editarse). El título fue una broma oscura para carcajearse del siniestro hábito de la industria musical de sacar un álbum homenaje cuando al cadáver del artista de turno aún no le ha dado tiempo a enfriarse. Típico título de disco póstumo: El Gran Fallecido Townes Van Zandt. A nadie le interesó. Y lo cierto es que Townes ya casi era un cadáver andante. La caída era inevitable. Eggers recuerda el día en que al salir del estudio, en el nuevo Cadillac de Jack Clement, Townes le ofreció los derechos de todas sus canciones por doscientos dólares. Estaba con el mono y necesitaba meterse un chute. Acabaron peleándose en la hierba. Luego estuvieron años sin verse. Cuenta Eggers que la última vez que le vio fue en Austin, en 1996, tres meses antes de su muerte. Estaba hecho mierda. Había ido a grabar un dúo con no sé qué artista a los Estudios Pedernales pero no pudo ni sostener la guitarra. Se olvidaba constantemente de la letra. Después fueron a cenar y Townes dijo que llevaba días sin comer. Al salir del restaurante recitó un poema. Se rió y la bautizó como su última canción: la tituló «Sanitarium Blues». Luego desapareció calle abajo para siempre.