Shine a Light (Field Recordings From The Great American Railroad)
(Cooking Vinyl, 2016)
Hay momentos en la vida en los que, por muy «Rashomon» que se quiera poner uno para poder ver las cosas desde todos los ángulos posibles, no vale lo gris: o bien te pones del lado del asesino del samurai, del lado de la esposa del samurai, del lado del samurai mismo (a través de una médium) o del lado del leñador que fue testigo del crimen. Situaciones binarias en las que uno tiene que decantarse voluntariosamente y sin medias tintas por Wilco o por Billy Bragg cuando lo del Mermaid Avenue y todo aquel lío. Yo lo tuve bien claro entonces y más claro lo tengo ahora después de oír este disco (y de haber soportado, por otra parte, no más de medio minuto del primer tema del último Wilco). Billy Bragg es nuestro hombre. Wilco se lo regalamos al primero que se pase por el rancho (¡qué demonios! hasta le pago y le añado una botella de nuestro mejor moonshine si se lo lleva ahora mismo). Honestidad, autenticidad, compromiso. Llámalo como quieras. Me sobran los motivos. Y todo esto para subrayar la extraordinaria belleza de este Shine a Light que se ha marcado el bueno de Billy Bragg con el bueno de Joe Henry (esperemos que esta vez no haya que tomar partido). Esta fabulosa y recomendabilísima «delicatessen» ha sido grabada a bordo del Texas Eagle 421, en los andenes y en las salas de espera de las estaciones, desde Chicago a Los Ángeles, pasando por San Antonio, entre el 14 y el 18 de marzo, con la excepción del tema «Waiting for a Train», grabado en la mítica suite 414 del Hotel Sheraton-Gunter de San Antonio, Texas, el 17 de marzo (en la misma habitación, por cierto, en la que Robert Johnson hizo su primera grabación; a modo de curiosidad, añadir que en el bar de este hotel solo se escucha, en bucle, a Robert Johnson, lo cual es, sin duda, una decisión bastante radical teniendo en cuenta que solo grabó 29 canciones en su corta y trágica vida, pero creemos vehementemente que hacen falta más gestos así en el mundo). Dos hombres, dos voces y dos guitarras, con fondo sonoro de vida de tren, ajetreo de pasajeros, bullicio de estación, estruendo de puertas que se abren y se cierran, cargas de maletas, motores poniéndose en marcha… Un viaje traqueteante y lento por la «Old Weird America» que acuñó Greil Marcus en su día. Canciones de trenes que conectan el presente con la historia de los antepasados y con los avatares de la penosa fundación del país, con todas sus sombras y matices. Canciones e historias familiares por las que no parece haber pasado el tiempo (o quizá sea que este disco abra un portal y nos traslade mágicamente a ese pasado siempre vivo, incrustado en la memoria), canciones que siguen ahí, como muescas en la culata del viejo fusil del abuelo que conservamos aún colgado sobre el marco de la puerta. El modo en que la tecnología, en nombre del progreso, transfiguró aquel vasto paisaje, transformó la conciencia y dejó todos aquellos cadáveres por el camino. Despojamiento total. La canción en su más sencillo y descarnado esqueleto. Sin adornos a lo Wilco, sin filtros ni desodorantes. Carbón puro.