Badlands. Ballads of the Lakota
(Superlatone Records, 2005)
Dos son los motivos (si es que hubiera que darlos) por los que hoy regreso a esta obra maestra de Marty Stuart. El primero, incontestable, es el severo cuñadismo imperante (el disco está co-producido por John Carter Cash y fue grabado en la Cash Cabin de Hendersonville, Nashville; para los más despistados convendrá apuntar que Marty Stuart estuvo casado cinco años con Cindy, la tercera de las cuatro hijas de Johnny Cash y su primera esposa, Vivian Liberto, por lo que todo queda en casa). El segundo es que llevo varios días escuchando estas canciones en bucle. Hacía tiempo que no volvía a ellas, pero resulta que me he visto inmerso en la redacción de un artículo sobre lo que está ocurriendo estos días en Standing Rock y Badlands, junto a los discos de John Trudell y el Bitter Tears. Ballads of the American Indian del suegrísimo (la única versión incluida en Badlands, por cierto, es un tema de Cash, «Big Foot»), ha sido la banda sonora perfecta. Badlands es uno de los mejores discos olvidados de la pasada década y hoy, en medio de la cruenta lucha contra «la Serpiente Negra» (el Dakota Access Pipeline, el oleoducto contra el que siguen luchando «los Protectores del Agua», los Oceti Sakowin, «los Siete Fuegos» de los lakota, los dakota y los nakota), con el recrudecimiento del activismo en «el Campamento de la Piedra Sagrada», ha vuelto a cobrar una rabiosa actualidad. Marty Stuart, al poco de debutar como miembro de la banda del Hombre de Negro, se enamoró del pueblo sioux tras un concierto benéfico en la reserva de Pine Ridge. Viajó mucho a Wounded Knee en compañía de John L. Smith, antólogo de Cash y cronista de los lakota. Juntos ascendieron en numerosas ocasiones las cumbres de Paha Mato (Bear Butte) y Paha Sapa (las Black Hills), y recorrieron las Paha Sica (las Badlands) en un Ford del 64, encadenando noches de motel en las que leyeron mucho y bucearon por internet, verificando hechos y comparando datos, en busca de las verdaderas palabras de Nube Roja y Toro Sentado, mientras componían las canciones que se incluirían después en este descarnado disco conceptual que tanto tiempo tardaría en ver la luz (a los dos años de la muerte de Johnny Cash y con él ya por fin desembarazado de las cadenas doradas del pegajoso «mainstream» de Nashville). Aunque su voz carece de la solidez y la gravedad de Cash (pensar este disco en la etapa Rubin del Hombre de Negro da escalofríos), no puedo estar más de acuerdo con lo que dijo Michael Streissguth (biógrafo de Cash) en la Rolling Stone el 14 de agosto de 2015: Marty Stuart, en este disco, canta como un predicador con el diablo posado en la espalda. En su día nadie compró el disco, solo sus fans más devotos (entre los que me cuento). Hoy sigue sonando cruento y urgente. Sigue poniendo el pelo de punta. Marvin Helper, músico y Hombre Medicina de la reserva de Pine Ridge, Dakota del Sur, antiguo boxeador y descendiente de Big Foot por parte de padre y de Caballo Loco por parte de madre, no dudó ni un instante en apadrinar estas canciones: «Los espíritus trajeron el nombre. Y él lo llevará el resto de su vida. El nombre lakota que se ha concedido a Marty Stuart es O Yate’o Chee Ya’Ka Hopsila (“el hombre que ayuda al pueblo”). Ha sido adoptado por la tribu lakota… ahora él es familia».