Born On Flag Day
(Partisan Records, 2009)
De todos los lugares del mundo, Providence (Rhode Island), cuna de mucha música «cabreada» (como la que perpetran los grupos que militan en el sello Load Records: Lightning Bolt, Noxagt, Sightings, Landed, Arab on Radar, Brainbombs, The White Mice y Pink and Brown, entre otros, bandas de música «noise» y experimental, «ruidismo» puro y duro, muy intenso y muy cansino si te interesa abrir otras puertas y airear un poco la casa…), es el lugar con menos probabilidades de dar a luz un grupo como Deer Tick, que más bien parece sacado de algún basural o chatarrería del sur profundo (tanto por estética y por olor, como por raíces). La leyenda dice que John McCauley, el líder de la banda, descubrió a Hank Williams a los dieciocho años, encerrado en su habitación con un disco del viejo Hank y una botella de brandy. Pero cuando le preguntan, dice que no fue para tanto (lo del encierro), que de vez en cuando salía a cagar y eso. Lo de Williams, en cambio, sí fue para tanto, para tanto y mucho más. Un auténtico flechazo. «Es puta música», dice, «así de claro, ponle la etiqueta que quieras, y si tienes algún problema, por mí te lo puedes meter por el culo. Es música que nos gusta y punto». De hecho, también escuchan a los Replacements, a los Beastie Boys y a Nirvana, y de vez en cuando hasta se reencarnan en un grupo autodenominado Deervana con el que se lían a hacer versiones de In Utero como si no hubiese mañana. Lo del nombre de la banda, Deer Tick, procede de un exceso de senderismo por el bosque estatal de Morgan-Monroe, en Bloomington (Indiana), en el verano del 2005, en la época en la que John trabajaba de proyeccionista en un cine y de camarero en un restaurante chino (de donde puede que proceda «Dirty Dishes», ese increíble tema de su primer álbum –War Elephant–, que aún me sigue poniendo los pelos de punta cada vez que lo escucho). Y la cosa no tiene que ver con lo paranormal (los asesinatos que se cometieron en la cabaña de Draper, una cabaña de troncos de más de ciento treinta años de antigüedad que aún se puede alquilar para pasar la noche y en la que, por lo que se conoce, suceden cosas extrañas; un sitio muy Sam Raimi y Posesión Infernal…), sino con garrapatas. No fue un tipo saliendo del bosque con un hacha, ni siquiera un triste zombi, lo que le saltó al cráneo al bueno de McCauley, sino una vulgar y asquerosa garrapata. El resto es historia. Born On Flag Day fue su segundo disco. Voz rasposa, pelo sucio, gafas aviator, diente de oro, muchos tatuajes y camisa western, para unas canciones en las que se entremezcla el «freak-folk» (sí, existe tal cosa, no me tiren de la lengua, he puesto las comillas con toda la intención mordaz del mundo…) y los ingredientes básicos de toda buena canción country que se precie: mujeres, alcohol y arrepentimiento. No me extraña y, es más, celebro, que haya sido uno de los escogidos para relevar a la vieja generación «off-off-off-outlaw» en la segunda y esperadísima parte del seminal Heartworn Highways. Hace poco a una periodista de la revista Esquire le sorprendió encontrarse a McCauley con el pelo limpio y peinadito. Le dijo que le sorprendió no haberle visto en el concierto de la noche anterior abrir botellas de cerveza con los dientes. «Eso fue porque solo nos dieron latas», le respondió McCauley. Delicioso y necesario garrapatismo.