PAUL BURCH

Meridian Rising
(Plowboy, 2016)

Paul Burch es Dios. Punto pelota. Este disco, el décimo desde que emergió de la densa humareda de aquellas noches maratonianas en el mítico Tootsie’s Orchid Lounge de Nashville, lo confirma (de nuevo). Y es que no se puede tener más clase. Para quitarse el sombrero, y no una sino veinte veces, una por cada tema del disco. Paul Burch ha sido siempre el puto amo, desde su Pan American Flash de 1996 no ha dejado de obrar prodigios, lo cierto es que siempre ha hecho lo que le ha salido de los santos cojones, y eso es muy de agradecer, sobre todo estando la industria como está, tan llena de sucedáneos y de viejas glorias que viven del cuento (Loretta Lynn, ¿qué coño has hecho?). Lo que pasa es que este tío, simplemente, es químicamente incapaz de hacer un disco malo. No puede. Pero es que, además, con este último (de lo mas kamikaze) se ha salido del mapa (de nuevo). Esta vez la magia es una «autobiografía imaginada» de Jimmie Rodgers, «the Singing Brakeman» «the Blue Yodeler», el Padre de la Música Country, y suena a gloria bendita (muy en la línea de aquella otra delicatessen que cocinó hace unos años el gran Loudon Wainwright con Charlie Poole). El guiso tiene todo los ingredientes que nos gustan: Delta blues, Hawai, Dixieland, New Orleans, rockabilly y C&W de lo más rústico. Está cantado por Paul Burch en primera persona, como si hablase el propio Jimmie Rodgers, todo muy honesto, «aunque no necesariamente cierto», y de nuevo al frente de su antigua banda, la exquisita WPA Ballclub con el viejo Fats Kaplin supervisándolo todo, y una nada desdeñable retaguardia cubierta por los Meridian Risin’ Players, entre los que militan nada menos que Jon Langford, de los inmortales Mekons, Richard Bennett y el gran Tim O’Brien con su bouzouki. No se puede pedir más. Es como en la viñeta de aquel cómic remoto que andaba por las estanterías de la casa de mis padres. Creo que era un Hazañas Bélicas. Están dos soldados en una trinchera en medio del fragor de la batalla. Ha explotado algo y están jodidos, pero parece que la pesadilla ya ha terminado. Hacen recuento de lo que conservan (entre otras cosas: la vida). Hablan de la suerte, del azar, de la vuelta a casa, de las cosas buenas… y al final uno le dice al otro: «¿Qué más quieres?», a lo que este no duda en responderle: «Morir de viejo». Y si recuerdo ahora aquella viñeta es porque esa es exactamente la sensación que tuve hace un par de días en cuanto llegué a casa, abrí el cd y escuché este increíble Meridian Rising (que, aparte, da gusto abrirlo, porque está fabricado con muchísimo gusto, el cuadernito desplegable es una delicia, vamos, que no es una mierda de digipak en el que todo te lo ha maquetado ese amigo moderno que tienes que dice que se maneja «de puta madre» con el InDesign y que merece una muerte agónica y lenta). Pura y simple felicidad. Eso es Meridian Rising. ¿Y que qué más se puede pedir teniendo una música así? Pues exactamente eso: morir de viejo.